Y así, entre hostil y amatorio clavó en su puerta este cartel: «Aquí están don Juan Tenorio, para quien quiera algo de él». No sé de qué pasta están hechos estos hombres que se llaman y que son toreros, para superar todas las dificultades y poner en la vida el anhelo, la fuerza que no se sabe bien de dónde sale, la casta, la increíble levedad de un ser hecho para una vocación de entrega, pasión y verdad.
Antonio Ferrera, genio balear extremeño de la Tauromaquia, hecho a pulso y coraje, tiene una forma muy peculiar de entender el toreo porque hacerlo tan solo unas horas después de sufrir una cornada de 15 centímetros y ponerse de nuevo el traje de luces y fajarse con una corrida de Algarra en la capital celebrando a San Juan, es algo increíble, inaudito, digno de mención se mire como se mire. Él solo fue capaz de levantar una tarde que se había puesto cuesta arriba en una primera parte sin pena ni gloria. Conectó con el tendido con esas chicuelinas de mano bajísima después de gallear para colocar al toro en suerte. Fue el comienzo de algo grande, único, emotivo, sincero y emocionalmente bello con principio y final de lágrimas. Las de Yeyes, la hija del maestro, que recibió la montera en el brindis, y las de su padre, Antonio Ferrera.
Lo que ha sido capaz de superar este hombre, apartando la dolencia a un lado y con la herida caliente y supurando, enfrentándose al toro, es digno de anales y cantos de poetas y pintores.
Personalmente creo que cuanto está haciendo por la Tauromaquia Antonio Ferrera es un síntoma de recuperación sin precedente, de proeza digna de encomio, de ánimo solidario y agradecido de unos aficionados hacia su persona por cuanto representa para la fiesta.
Antonio Ferrera, diestro torero, de humanidad física menuda y chica pero inmenso en su concepción torera, maestro singular, eterno, héroe. Gracias por tu torería, tu esfuerzo y tu honradez.
Foto: FERMÍN Rodríguez
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