Hacía algún tiempo que no veíamos un festejo mixto conformado por dos matadores y un novillero, más que nada por la curiosidad de contemplar si el joven apretaba a los maestros o, por el contrario, mostraba menos reflejos en la emulación de su estado y responsabilidad adquirida. Y verdad que la cosa meritoria fue para el más pequeño, pues, aunque los tres espadas salieron por la puerta grande de la plaza, el novillero madrileño Gonzalo Caballero cortó cuatro orejas en su lote, ganando en éxitos y superando en arrojo a sus compañeros del superior escalafón.
Con casi tres cuartos de plaza, se lidiaron cuatro toros de Ángel Luis Peña, nobles pero flojos y dos novillos de la misma ganadería, con genio y movilidad para Pedro Moya «El Capea», oreja tras aviso y oreja; Daniel Luque, oreja y oreja y Gonzalo Caballero, dos orejas y dos orejas.
Durante la lidia del tercero de la tarde fue cogido sin consecuencias aparentes y revolcado al intentar un cite con la mano izquierda, sin la ayuda del estoque simulado el novillero Gonzalo Caballero. El novillo de nombre «avileño» con 470 Kilos de romana le dio una paliza de padre y muy señor mío, dejándolo conmocionado. Trasladado a la barrera por sus compañeros de cuadrilla fue reanimado con el agua milagrosa y al poco se reincorporó con más decisión ante la cara del ejemplar, con el aplauso y el ánimo de la concurrencia. Tras perfilarse con gesto dolorido, lo despenó de una estocada entera y fue premiado con las dos orejas de su enemigo que paseó orgulloso alrededor del anillo.
En el que cerraba plaza y que brindó a un grupo de personas que se encontraba en la barrera del tendido diciéndoles: «A todos vosotros que venís siempre desde Valencia a apoyarme y acompañarme. Gracias», dijo textualmente el torero en su brindis, pues la situación justo al lado del mismo en el callejón, nos permitió escuchar perfectamente sus palabras. Se gustó en este toro entre las aclamaciones del tendido y, especialmente en la zona a la que brindó, con los «¡bien! «bieeen!, maniáticas y modernas expresiones, tan extrañas a los ¡olés! de siempre que se escuchaban en los festejos para reconocer la labor de un torero. El muchacho alargó demasiado la faena, más de la cuenta, y no logró la estocada a la primera. Tras pinchar consiguió meter la espada. El público pidió con fuerza la oreja poblando de pañuelos el tendido y el Presidente otorgó no una sino dos al muchacho madrileño que salió al final izado a hombros con sus dos compañeros por los costaleros habituales de sueños y propina.
He querido empezar la crónica trabucando el orden de la corrida por exponer al principio el significativo vencedor del festejo, que actuó en novillero, con ganas, sobreponiéndose a golpes y tarascadas y consiguiendo meter en el canasto a los dos utreros, bien presentados, de Ángel Luis Peña.
Abrió plaza el maestro Capea que tuvo enfrente un ejemplar grandote, noble y flojito de 568 kilos y de nombre «cantaor» y un segundo soso y distraído de 524 Kg de romana del diablo. Estuvo el maestro salmantino valiente y esforzado, pero con poco arte en las muñecas, a juzgar por lo visto. Descolocado en numerosas ocasiones, sin chicha ni limoná, llegó a tirar las zapatillas y quedarse descalzo, tras sufrir una zancadilla del toro en uno de los lances. Bien es verdad que las ganas del torero no acompañaban con la explosión artística a causa de la grandeza de sus genes y con su padre presente en un burladero, mirando con atención al vástago. Su faena vulgar y sin clase, pero tras lograr una estocada certera, le premiaron con la oreja. Y algo parecido en el cuarto, en el que obtuvo otra oreja, un premio excesivo por la torería demostrada y por una estocada de habilidad que al sentirla hizo huir al toro como alma que lleva el diablo, hasta que cayó en la arena muerto. Le vimos resoplar al maestro salmantino, como acusando el esfuerzo realizado ante el toro, al dar la vuelta al anillo con el apéndice del ejemplar. Pedro Moya tiene valor y entereza, pero no anda sobrado de torería en el garbo, en el aspecto y en la forma de mirar y pisar los terrenos del toro. No obstante, también salió a hombros por la puerta grande de la plaza.
Y el otro maestro, el de Sevilla Daniel Luque, se las vió con un «barbero» de 516 kilos y con un «bandolino» de 540, el mejor toro del encierro. Si en su primero había estado algo atropellado donde lo mejorcito lo hizo en la suerte de matar, entrando en corto y por derecho, y recibiendo una oreja, fue ante el quinto por aquello del dicho «no hay quinto malo» donde Luque obsequió con el toreo que lleva dentro grácil, poderoso, arqueando y componiendo la figura, alargando el muletazo, lleno de plasticidad, con el desmayo de la mano y estilo característico y un desplante final muy torero. Cierto es que lo hizo en solo un par de series por la izquierda y una más con la derecha pero que fue suficiente para apreciar la gracia torera del de Gerena. Tras lograr una media estocada, precisó de varios golpes de descabello para atronar al quinto de la tarde, pero el público pidió con fuerza la oreja que le entregaría la alguacililla de la corrida.
En resumen, y por no cansar más, la corrida mixta de Torrejón, incardinada en una feria seguida por el público, como una forma más de entender y dar a los toros el soporte novedoso y la relación de calidad precio que se precisa y con que las empresas deben programar sus adjudicaciones, en este caso Eventauro, a cuyo frente están los hermanos David y Alberto Hebrero, dos muchachos animosos, profesionales y conocedores del deseo de los espectadores que han encontrado la tecla de la afición y el gusto por las cosas bien hechas y ofrecen en Torrejón de Ardoz unas jornadas de toros realmente esclarecedoras e importantes y que siempre nos atienden con cortesía y amabilidad.
Fotos: José Fermín Rodríguez
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