El desafío ganadero entre Valdellán y Adolfo Martín tuvo para contar, opinar y explicar muchas de las cosas que coexisten ahora mismo en este mundo de los toros. Cosas mal hechas, acciones dignas de repudio, voces destempladas, protestas… pero también aplausos, alegría y triunfo. De todo eso hubo en la tercera de la feria palentina ante algo menos de media plaza de espectadores, cuya entrada pobre no satisfizo a nadie por aquello de buscar una forma de originalidad y de dotar a la fiesta del necesario acicate y empuje que precisa y a la que habían llegado tres toros de Valdellán y tres de Adolfo Martín, bien presentados, serios y astifinos por delante los albaserrada, uno soso y con poca fuerza de 521 Kg; otro que peleó bien en varas, pero que llegó flojo y sin recorrido a la franela de su lidiador, con 478 Kg. y un tercero, bravo y encastado, bien armado, de 460 Kg. Por los gracilianos de Valdellán que se recogen en el cenobio de Santa María del Rio, manso el que abrió serial de 546 Kg, aplaudido en el arrastre curiosamente; enrazado el segundo, de 558 Kg. y duro y bravo y de buena condición el tercero de 572 Kg.
Y los toreros, Rafaelillo (silbidos tras dos avisos y pitos); Manuel Escribano, (silencio y dos orejas); y Carlos Doyague, el torero local, (pitos y tres avisos con toro al corral y silencio tras aviso).
Las sombras de esta tarde en la corrida echaron su negro manto en la primera parte de la misma, larga de duración y con momentos de escasa torería por parte de las cuadrillas y sus lidiadores, llegando el miedo a hacer mella en cuantos se encontraban en el ruedo debido a la condición de los toros. Hubo uno, lidiado en tercer lugar, de Valdellán que además se fue vivo a los corrales tras los avisos de rigor que recibió cinco varas, una auténtica ensalada a cargo de su picador. En la primera empujó con riñones a la cabalgadura, en la segunda salió suelto, dolido, en la tercera, cuarta y quinta le arrean de lo lindo al ejemplar de Valdellán. Luego todo fueron intentos, desaires, saltos al callejón apurados, pérdidas de los engaños… incluso las ocho veces que intentó estoquear al ejemplar. La lidia penosa y con poco sentido del orden en la que ni su director, Rafaelillo, puso un punto de cordura entre el abucheo de la gente. Las cosas cuando se tuercen, se tuercen y no hay gitano que las enmiende por mucho interés que se ponga.
Menos mal que llegó la segunda parte de la corrida y especialmente un quinto de Valdellán lidiado por Manuel Escribano, picado lo justo y que a medida que transcurría la lidia fue cambiando de comportamiento, a mejor. Lo banderilleó estupendamente el diestro con un par al violín, quebrando, por los adentros, espectacular. En la muleta, el toro iba por los dos pitones con nobleza y Manuel se echó de rodillas al comienzo de su faena, para sacarle a los medios en donde edificó con oficio, entrega y decisión una faena muy aplaudida y meritoria. Bragado y echado para adelante un torero que entiende perfectamente a este encaste y que sabe darle su lidia colocándose perfectamente y templando la embestida, terminó con un desplante final y se fue por la espada en cuanto vio que el animal hacía amagos de rajarse de la pelea. Tras perfilarse logra una estocada entera y el público pidió con fuerza las orejas que le fueron concedidas y que paseó triunfalmente alrededor del anillo. Manuel Escribano, el torero de Gerena, puso la luz en la oscuridad de la tarde de Palencia y cambió el derrotero por el que se precipitaba un espectáculo más bien rechazable y criticable que aceptable y ameno.
De Rafaelillo decir que esta vez ha pasado sin pena ni gloria por la ciudad del Cristo del Otero. Tremendamente errado con la tizona fue incapaz de matar bien a su primer enemigo, oyendo dos recados de la Presidencia por su falta de acierto y con gritos y pitos desde el tendido. Sin embargo con el cinqueño de Adolfo trató de redimir sus penas y brindó al público, tras haberle colocado en el caballo para que recibiera dos varas y media, como quien dice y colocado su subalterno de confianza dos buenos pares de banderillas. Pero no se sobrepuso a las dificultades del animal y además la estocada hizo guardia en el costado del morlaco con lo que tampoco salió bien parado de esta su faena.
Y cerró cartel el local Carlos Doyague que se presentó ante sus paisanos con escaso oficio y bagaje de actuaciones en corridas de toros. Con el tercero de Valdellán, Carlos pasó un auténtico calvario, quizás influenciado por la mala lidia, el latente miedo que había cada vez que el toro embestía y la angustia que se apreciaba en quienes tenían que jugarse el pellejo delante del toro, se apoderó de cuantos estaban al lado, sin querer ni verlo. Sin embargo Doyague estuvo algo mejor, tragando árnica en el que cerró corrida, un adolfo bien armado, con los pitones astifinos y veletos que imponían, pero cuya embestida mantenía un largo recorrido, humillando la testuz y arrastrando el hocico prácticamente por la arena. Muy bien lidiado por Mario Campillo, bajándole el capote con suavidad, sin desengañarle, ni quebrarle. Un toro bravo que debería haber sido mejor aprovechado, pero que el escaso bagaje de actuaciones del palentino no le permiten tener el suficiente oficio como para lidiar estos ejemplares. Mató de una estocada que asomó y se retiró entre el silencio respetuoso de sus paisanos.
En resumen una corrida presidida por Miguel Ángel Bercianos, asesorado por Carlos Lera y con Adolfo como delegado gubernativo. Los tres posaron en el patio de cuadrillas para el recuerdo del que solo nos queda un trasteo entregado y poderoso de Manuel Escribano. Lo demás, mejor olvidarlo.
Fotos: Jesús López
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