En una placita cordobesa llamada del Conde de Priego, en donde se alaba el dulce nombre de Jesús, María y José tal como reza una inscripción en el paramento conventual, hay un monumento al torero cordobés Manuel Rodríguez «Manolete» quien mira y es mirado por el gigante ojo del rosetón de la vecina iglesia de Santa Marina cómo el califa agarra suavemente el capote, pies juntos, tieso y sereno, para dar al toro del aire la verónica de recibo, mientras un olor a naranja embriaga el lugar.
Manolete, el cordobés inmortal vive en el recuerdo de sus paisanos sobre el pedestal de piedra, circundado por dos caballos que piafan levantando las manos y sujetados por sus domadores en un conjunto hecho por el escultor Manuel Álvarez y pagado gracias a una recaudación popular instada por el Ayuntamiento de la ciudad tras la celebración de una corrida de toros en la que se consiguieron 800.000 pesetas de entonces. Y por detrás, la cabeza símbólica del toro «islero» que cercenó y dio fin a su joven vida cuando contaba 30 años de edad.
Manolete vive en el recuerdo de muchos aficionados, unos los más mayores que recuerdan haberlo visto en el año de 1947 como el fotógrafo Canito que inmortalizó gráficamente aquella fatídica tarde de Linares; otros porque lo hemos visto en las grabaciones cinematográficas, como esa fantástica tarde en la Monumental de Méjico cuando uno de los areneros desde el mismo callejón da saltos de alegría a cada pase del cordobés y las flores y sombreros caen al ruedo en muestra de reconocimiento por su estética, torería y valor.
Y la Iglesia llamada de los toreros por el vulgo pues en ella se han casado algunos de los más grandes diestros de la Tauromaquia, la de santa Marina, cobija desde el otro lado de la calle la memoria, el recuerdo, el símbolo en un conjunto blanco y sencillamente bello.
Lo cierto es que los pueblos que recuerdan a sus héroes, a sus hijos distinguidos, a los personajes que se han significado por ser los más grandes en su oficio, aunque con el tiempo las modas cambien y los retiren de su pedestal, los aparten y los almacenen en museos o lo que es peor en el trastero del olvido, los pueblos, digo, que muestran su emoción por los suyos se hacen acreedores de valor intrínseco, respeto y cariño.
Porque no debe olvidarse que los toreros son héroes que callan, arriesgan la vida y muestran sus formas de dominio ante un toro bravo. Ellos hacen disfrutar cada tarde y renacer la esperanza entre los aficionados en una plaza de toros. Por eso el recuerdo traído aquí a Castilla en Noviembre soleado, el mes de todos los santos y difuntos, en la personalidad de Manuel Rodríguez «Manolete», alabado sea, tiene vigencia y sentido.
Foto: M T García
Rafael sanchis dice
emocionado el recuerdo de Manolete. Gracias desde Córdoba. Salu2
RAFAEL