Y llegó la tarde. El segundo espectáculo preparado por la empresa para festejar las fiestas patronales de Valdemorillo, en honor del patrono de la garganta, que buen falta me hizo para no acabar afónico si nos hubiéramos arrancado en las protestas de los toros, fuertes y corpulentos, pero mansos y peligrosos, lidiados en esta tarde por los toreros Iván Vicente; Leandro y Morenito de Aranda.
Casi tres partes de entrada cubrió el aforo de la coqueta plaza de la Candelaria, calefactada tan ricamente, con un callejón lleno de paseantes, con un público desplazado desde todos los alrededores de la Comunidad castellana y leonesa, especialmente desde Toro, Burgos,Valladolid, Madrid y Zamora, pues dos toreros de la tierra, Morenito y Leandro, hacían el paseíllo juntos pero no revueltos, para estoquear los toros de Antonio San Román, muy bonitos de hechuras, de capa, con cuernas acarameladas, cuajados, con trapío y seriedad, que mansearon ostensiblemente cuando sus matadores intentaron estirarse con ellos. Los tres primeros de nombre «Ranita» «Cortadillo» y «Conejero» no permitieron el lucimiento de los espadas. E «Ingrato» , «Encontrado» y «Buscador» que cerraba la corrida fueron los menos malos. Toros rajados, repuchándose ante el castigo, buscando el abrigo de toriles de lámina antigua, escogidos a moco de candil, pero que ya se sabe en esto de los toros que no se completa con el fondo y la forma, es decir el fenotipo y el genotipo.
Todo el encierro estuvo de fenotipo bien gracias, pero de genotipo, bravura y embestida adolecieron de raza, resultando mansos, por lo que no es de extrañar que ninguno de los tres toreros tuviera ni la más mínima oportunidad para triunfar. Sólo Morenito en el que cerró plaza estuvo poderoso, en el sitio, con valor y entrega, sacándole lo poco que tenía y que le valió que el público pidiera la oreja que no le fue concedida por el usía, con muy buen criterio, pues falló a espadas, dejándolo en la vuelta al anillo.
Leandro, ¡ay Leandro!, el elegante torero, que pasó un calvario con el rajado que le tocó en segundo lugar, aunque por el pitón izquierdo se estiró cuando ya la faena estaba prácticamente concluida, despachó con pinchazo sin soltar, una pescuecera infame a la res y dos descabellos. Recibió un aviso.
Leandro se perfila desde muy lejos para entrar a matar, cuando los cánones dicen que es preciso hacerlo en corto y por derecho, entregándose en la suerte y firmando la última decisión problemática ante los pitones de un toro. Mientras no haga eso, será imposible matar bien y en el sitio los toros.
Manolo Sánchez, presente en el callejón, asesorando a Leandro, animándole siempre para que no se cansara de intentarlo, fue una prédica en el desierto. Mejoró el torero de Valladolid, afincado en Toro, con el quinto de la tarde, en una faena aseada, pero poco más, donde se desmonteró por un par de banderillas Paolo Juan.
Abrió plaza Iván Vicente que nos dio un susto morrocotudo al resultar cogido con el primero de la tarde y que le tuvo en las péndolas zarandeándole y temiéndonos un grave percance, al quedar conmocionado delante de la cara del burel, que se le quedó mirando sin embestir. Coleado y retirado el ejemplar del sitio, Iván se incorporó del suelo él solo con la muslera del traje hecha un ris rás desde la rodilla a la ingle. Por suerte resultó tener un pequeño puntazo del que fue atendido en la enfermería.
En resumen una corrida de toros mala y aburrida de solemnidad, con toros que daban arreones a destiempo y que se las hicieron pasar canutas a todos cuantos se vistieron de luces en el domingo de feria de Valdemorillo.
A la salida, ya de noche ciego, con un frío y un aire que traía turbiones de lluvia, solo las luces del Escorial, el célebre monasterio real de Felipe II, nos guiaron en la noche cerrada y en el recuerdo una mala tarde que, como ya se sabe, la tiene cualquiera.
Fotos: José Salvador
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