Al quinto de la tarde hubo que esperar para ver el estado de elegancia y desenvoltura de José María Manzanares, torero por la gracia de Dios, esta tarde en Valladolid, ante un toro de Victoriano del Río, noble y con recorrido llamado «destilado» al que el alicantino metió en su muleta con pases de temple, mando y hondura, llenos de gusto. Si hace pocos días lo habíamos visto aquí cerca, en la ciudad de Palencia en otra espectacular y plena faena de cante a la tauromaquia y al buen hacer, saliendo merecidamente a hombros, hoy el coso del paseo Zorrilla no le ha ido a la zaga y eso que el hombre no se encontraba en plenitud de condiciones físicas, con fiebre, malestar general y mala cara como pudimos apreciar, por lo que precisó la asistencia en la enfermería de la plaza a cargo de los galenos Mateo y Rabadán.
Debo decir, antes de seguir, que cuando la lidia del tercer toro agonizaba por parte de Talavante, Manzanares se acogió al sagrado de un burladero interior del callejón con muestras ostensibles de malestar general, fiebre alta y darle un vahído que le cambió la color, dejándole la tez pálida y con síntomas evidentes de imposibilidad física para continuar en la lidia. Alborotada su gente y cuantos alrededor del lugar andaban, se desplazó por su propio pie a las dependencias médicas donde le atendió debidamente el equipo médico del doctor Mateo, mientras ocupaba su sitio en la lidia del cuarto su peón de confianza. Y ello es prueba evidente por el abrazo, agradecido y emocionado, que le dio al médico al final de su faena en el quinto de la tarde, ya con sonrisa y otro semblante en la cara, tras haber conseguido las dos orejas, pues pudo continuar la lidia.
Creo que esta tarde, aunque el Juli también recibió dos orejas demasiado generosas en el que abría plaza, no se habla en Valladolid más que de la faena de Manzanares a «destilado» de 498 kilogramos de peso en la báscula que para empezar hizo un malabar circense, tras salir del caballo, dando una señora voltereta en el centro del ruedo. Hasta la fecha, y salvando todas las distancias esta es la faena de la Feria de Valladolid. ¡Qué maravilla!, ¡qué portento!, ¡qué gracia la de este torero tocado por la galanura, el arte, la armonía, la belleza y la singularidad del movimiento con una muleta en la mano!.
En su primero, segundo de la tarde, Manzanares había estado bien, con gusto, pero molestado por el viento en algunas ocasiones y fases del trasteo de muleta, sólo hubo gotas de torería. Quiso matar recibiendo y pinchó en el primer intento para acto seguido agarrar una estocada que tiró patas arriba al animal, saliendo al tercio a saludar por la ovación que le dedicó el público que llenó la plaza de toros.
Analizar el trabajo y la pintura torera de Manzanares al quinto, plena de torería como digo, dando el sitio y la distancia a la res, entrando en ella y produciendo las voces y los gritos de «¡torero, torero!» en los tendidos por los espectadores fue el mejor regalo que pudo recibir por su esfuerzo. El único defecto visto en su lidia fue la estocada, pues pinchó primero y por ansia de conseguirla, apretó de firme hasta que el acero entró en las entrañas del toro. Ello no fue óbice para que el agradecido público de Valladolid exigiera los trofeos para Manzanares que le fueron otorgados por el Presidente Manuel Cabello y que paseó, ya restablecido, de la indisposición sufrida.
Le acompañó en la salida a hombros de la Plaza Julián López el Juli que cortó otras dos orejas al primero de la tarde, en un excesivo y condescendiente galardón del palco, por una faena en la que hizo casi todo el torero, con esfuerzo e importancia, despachando al toro con una estocada trasera, con mucho oficio. Julián estuvo mejor en el cuarto de la tarde, el sustituto del sustituto del titular, marcados con el pañuelo verde por inutilidad física para la lidia. El primer sobrero que se soltó, de nombre «cantaor» dio un fuerte topetazo contra el peto del caballo, descordándose por la violencia del choque. El animal quedó resentido por la lesión medular y fue devuelto al chiquero y en su lugar salió el de Zalduendo, flojo, que brindó al público y que despachó de una estocada muy trasera, tendida y golpe de verduguillo. El público, tal vez por la espera y lo entretenido de las incidencias de aquí y de allí, abajo y arriba del tendido, pues varias personas tuvieron que ser atendidas por azigurris, caídas de tensión, golpes de calor, sofocos y desmayos haciendo trabajar a destajo a las asistencias, pidió la oreja para el Juli que también le fue concedida.
Y completaba terna el recuperado Talavante que cortó una oreja en cada uno de los de su lote. Talavante vestido con un terno de blanco, albo inmaculado y plata, estuvo ante el tercero de Victoriano entonado, pero sin calentar excesivamente a la parroquia. Donde lo hizo mejor, más asentado y firme fue en el sexto de la tarde, otro buen toro de nombre «exclusivo«, escurrido y con poco cuajo para toro de lidia. Le hizo una faena encimista en el centro del platillo y tras lograr una gran estocada hasta la bola, en el sitio y tirándose a ley, el público pidió la oreja con sus pañuelos al aire, que le fue concedida.
Acabado el festejo con luces y prácticamente de noche, tras casi tres horas de corrida, se dio por concluida la función con el paseo a hombros y salida por la puerta grande de los tres matadores.
Triunfo de los diestros, pero el que tuvo sabor pleno de torería, arte y mando en la plaza, solo fue el de Manzanares. Los demás a muy larga distancia del empaque del torero de Alicante. Pensarán por tanto éxito derrochado hoy, se entra en los anales de la tauromaquia. Pues creo que el mejor pensamiento que queda es el dicho por un chusco al salir, puntualizando a voz en grito que esta tarde habían llegado los regalos de la Navidad a Valladolid en forma de orejas. Y en parte, salvo por el turrón y almíbar de Alicante que dio Manzanares, tenía bastante razón.
Galería de fotos: José Salvador
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