Oír que todavía hay muchachos que pagan por torear, por vestirse de luces, por enfrentarse a un toro en cualquier plaza de esos mundos de Dios.
Saber que se echan toros afeitados, romos de pitones, creyendo los toreros que matando el veneno de las reses acaban así con su mal trance del miedo en la taleguilla y el peligro.
Entender que hay ganaderos de bravo que rebajan el precio y mal venden sus toros casi, casi hasta la ruina, porque no hay otra cosa y de la situación se aprovechan espabilados a los que importa más su cuenta de resultados que la filosofía de la tauromaquia.
Conocer que las normas legales vigentes de reconocimientos veterinarios, firmas y autorizaciones para un festejo taurino depende en muchas ocasiones de su gusto, atención, inclinación y diversidad de pareceres.
Ver que los servicios sanitarios que se exigen en un festejo taurino supera con creces el costo real del mismo, obligando a la contratación de quirófanos móviles, ambulancias y personal especializado para atender las contingencias posibles.
Apreciar a los aficionados que día a día, feria a feria y festejo a festejo pagan su entrada, demasiado cara y costosa, para acceder a una plaza de toros y siguen emocionándose con la gesta del diestro que desarrolla ese juego eterno del hombre con el toro.
Oír que los brillantes y armónicos sones de las bandas de música que amenizan los espectáculos taurinos hayan dejado por los anaqueles de su casa la interpretación del “gato montés” en sus repertorios.
Saber que se generaliza demasiado entre los taurinos la golfería y el abuso, pese a que aquí casi siempre pagan justos por pecadores.
Ver la desaparición de la suerte de varas en una plaza, con el público silbando al picador cuando clava la puya en el morrillo del toro. Y lo haga bien o mal, se repudia la acción desde la grada con silbidos reprobatorios. Sin saber y reconocer que esta es la suerte fundamental en la lidia de toros.
Contemplar periodistas y escritores taurinos que doblegan sus palabras ante la amabilidad del empresario, apoderado o el diestro que le ha invitado a comer y facilitado un pase gratuito para los toros.
Percibir que hay Ayuntamientos que exprimen como un limón al empresario al que adjudican los festejos por menos de lo que cuestan, con el bueno, bonito y barato, creyendo así salir del paso ante sus vecinos y electores y la caja municipal, sin darse cuenta que la justicia consiste en dar a cada uno lo que le corresponde, reconocer el esfuerzo y abonar en tiempo y forma los compromisos adquiridos.
Observar que concejales y comisiones de fiestas se creen en la contemplación desde una nube del negocio taurino y creen saber más que quien lo tiene por profesión, arriesgada y dura siempre, y condicionan la realización de su programa, pidiendo para ellos como si fueran los reyes del mambo y los inventores de la fiesta.
Y en fin, me rompe el corazón que cada vez más la esperanza se aleje de nosotros y no sepamos discernir que cada cosa tiene que estar en su sitio, ni respetar y apoyar como nuestro el trabajo de los demás.
Alberto Gomez Sangrador dice
Señor Garañeda, comparto con usted todos los planteamientos que hace, todos y cada uno de ellos, esas reflexiones dicen mucho de usted como aficionado y amante de la fiesta. Pero siento decirle, que muchos de esos empresarios que cobran a los novilleros, esos empresarios que se lamen las heridas porque dicen que los ayuntamientos abusan les exprimen, son los que amenazan y extorsionan para que ningún otro empresario entre en lo que para ellos es un municipio ruinoso, esos novilleros que se someten a peajes y cuando cambian de acera son los que piden peajes, si caben, más sibilinos que los que ellos sufrieron, todos esos señor Garañeda, y algunos más, son a los que usted en reseñas y reflexiones anteriores a ponderado y exaltado, hablando de sus bondades esfuerzos por el bien de la fiesta.
A mi también se me parte el corazón, y entiendo que a usted se lo hayan roto.
Pero no desfallezca, necesitamos aficionados como usted, que además dispone de una inmejorable atalaya desde la que difundir la fiesta día a día en su centro de trabajo.
Ánimo.