Hace unos días se ha celebrado en Valladolid un encuentro de veterinarios taurinos en el que analizaron problemas y buscaron soluciones para mejorar y hacer que el espectáculo taurino tenga la preponderancia que se merece.
La verdad es que poca repercusión mediática ha tenido la reunión, al menos entre los grandes medios de comunicación y si se exceptúan blogs privados de alguno de los participantes, pocas líneas han sido expuestas a cuantos no pudieron acudir pero desean estar enterados de esos movimientos profesionales.
Uno de los profesionales que intervinieron ante la mesa como oyente, Jesús Cortés, expuso que Valladolid era la plaza que más pitones había enviado a analizar y que no le daban respuesta, aunque quizás debería saberse que con el actual reglamento de Castilla y León no se puede mandar ningún pitón «sospechoso» porque no hay desolladero en la mayoría de las plazas. Las reses son cargadas, una vez muertas y arrastradas, en los camiones frigoríficos encargados de su traslado para proceder al destazado de sus cuerpos en el correspondiente servicio y, con posterioridad, tras su análisis, introducir las carnes en la dieta alimenticia o en su comercialización.
Los aficionados claman en ocasiones, especialmente en esos sitios donde se producen las mesas redondas invernales, más de entretenimiento y de justificación de subvenciones culturales, que de asistir a ellas buscando una auténtica formación, intercambio de opiniones y generación de ideas que produzcan las mejoras necesarias que se pretende conseguir en todo proyecto. Y levantan la voz porque el mundo del toro sigue estando manipulado, en trance de desaparición, atacado hasta la médula, especialmente por quienes deberían estar al frente de su defensa, de su integridad, de su espectacularidad y de su grandeza.
He oído a un ganadero de bravo decir con desparpajo que “el mejor ganadero es quien mejor mueco tiene” para que el torero pierda el miedo a su enfrentamiento, y no se le seque la boca cuando oiga el bufido del animal pasar al lado de su barriga, una y otra vez, una tarde y otra, corrida tras corrida. Ese miedo es como una cadena que impide caminar, como una camisa de fuerza que impide el movimiento y como una cárcel invisible que priva del placer de la libertad, pero que cuando se supera, la grandeza surge por entre las lentejuelas. Como si lidiar toros con sus defensas naturales intactas no fuera el primero y más importante mandamiento que debería darse para que se vuelvan a poblar los tendidos de espectadores, muchos de ellos desilusionados con la marcha y el derrotero de la fiesta. Para eso, a la entrada de las ganaderías debería aparecer escrito un cartel que dijera: “Veedores, prohibido el paso. Ya los veréis en la plaza”.
Aquí en Castilla y León, hasta la aprobación del nuevo Reglamento general taurino de la Comunidad, la Junta organizaba sesiones de trabajo con carácter itinerante en localidades diversas (he conocido personalmente las de Coreses; Íscar; Salamanca, Valladolid…) para acercar a las personas interesadas en el mundo taurino sus problemas, sus quejas, sus pesadumbres, sus trabas, sus mejoras, sus enmiendas y correcciones… Una amalgama excesivamente amplia para tan poco tiempo de convocatoria y trabajo. La Institución regional siempre se ha caracterizado por potenciar y proteger en este aspecto la explotación agropecuaria y poner el énfasis y el apoyo en su mejora. Pero era lo que había y ahora, tal vez por la escasez y crisis económica, no queda ya casi nada para dedicar al análisis y la puesta en común de ideas, conocimientos, opiniones que se deben adoptar para llegar a acuerdos provechosos en aras a la prosperidad merecida de esta fantástica fiesta de los toros.
Fotos: Veterinarios taurinos y El Heraldo de Aragón
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