Escribir de sensaciones como la angustiosa del miedo en un torero a perder la integridad, el valor, la vida, es muy arduo y difícil, pues escoger las palabras que se adapten a explicar la angustia ante un peligro que uno no padece, complica aún más el hilo conductor del relato. Máxime si aún la experiencia, el empirismo del valor, aún no ha tenido cobijo en la personalidad de quien quiere hablar de ello. No obstante como la palabra está intrínseca en la vida de los toreros, es por lo que hoy queremos meditar sobre la cuestión aunque sea en esta pincelada escueta de unas líneas más o menos tratadas, casi siempre deslavazadas.
Durante algunos años que convivimos con los protagonistas directos de la fiesta de toros, he observado las más diversas reacciones de cuantos personajes hacen de su vida el riesgo de jugársela cada tarde ante los cuernos de un toro de lidia: El color de las facciones, pálidas normalmente; las pocas ganas de hablar y comentar; escasas risas; sonrisas más o menos forzadas por las circunstancias; movimientos nerviosos… Son aspectos que a poco que uno se fije encontrará en los patios de cuadrillas unos instantes antes de empezar el festejo.Y ese miedo es real en la proporción y correspondencia con el nivel de amenaza que debe afrontarse.
El año pasado, recuerdo con nostalgia, un homenaje que le hicieron en la localidad zamorana de Coreses al torero jerezano Rafael de Paula los componentes del Foro taurino que realizan apoyos sustanciales y sustanciosos de la Fiesta en la ciudad de Doña Urraca y en la provincia. Trajeron a Paula, ya doblado por la edad y ajado por el tiempo pero conservando aún el genio de la figura que representó para este mundo taurino, para que contara y hablara de aquellos momentos y vivencias pasados durante su actividad profesional como diestro torero, de miedo y arte.
Paula, sentado en aquel sillón de la vieja abadía hoy transformada en un recinto hotelero, parecía un pontífice flamenco, lleno de gracia y arte, olvidado del riesgo, pero con el miedo aún al toro en lo hondo de su alma, como dejó entrever en más de una ocasión. «Dominé el miedo y mi angustia», dijo, para poder hacer arte con el capote ante un toro bravo», y superar aquella sensación que le embargaba todas las tardes convocadoras de verlo embutido en un traje de luces.
El riesgo a perder la vida, esa es la sensación directa del miedo, una más que aflora a la personalidad del torero y le hacen derramar lágrimas de sentimiento, de dolor, de congoja, de anhelo, de recuerdos…como las que se enjugó Paula cuando explicó el miedo.
Aquel día, no se me olvidará, comprendí por qué llegan a ser grandes estos hombres que dan el paso al riesgo cada tarde de corrida y superan el miedo con un suspiro, unas gotas de sudor y una sonrisa.
Fotos: José FERMÍN Rodríguez.
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