Un barrizal el suelo del ruedo en el que los toreros tuvieron que calzarse hasta zapatillas con clavos para no resbalar y adherirse al piso como si fueran corredores de fondo, a riesgo y ventura en esta ocasión para empezar la temporada taurina de España.
Ajalvir, el pueblo madrileño al pie del pico «Cabeza gorda» celebra sus fiestas patronales con extraordinaria animación y concurrencia de forasteros, pues gentes venidas de Paracuellos, Torrejón o Daganzo, acuden a la localidad a presenciar sus encierros de toros y sus festejos, además de ser la localidad que lanza el chupinazo de partida para la nueva temporada taurina.
A tal fin, y como ya es habitual, nos gusta estar en el comienzo de una temporada que cerrará allá por San Lucas cuando Jaén baje el telón de los toros. Pero es Enero y en el Cubilete de Ajalvir se respiran aires de fiesta con la hospitalidad que nos acoge todos los años la entrañable familia de Cipriano Hebrero y su esposa Charo, una zamorana que lleva la fiesta de toros en la sangre y que así se la ha transmitido a sus hijos David y Alberto, encargados de poner en marcha la Feria taurina de Ajalvir con el patrocinio municipal.
Y vamos a ello.
Con tiempo soleado y espléndido se han lidiado seis toros de Alberto Mateos, muy bien presentados, astifinos, bravos y nobles, lustrosos, aunque adolecieron de escasez de fuerza, excepto los corridos en quinto y sexto lugar, especialmente este encastado, duro pero muy noble, al que dieron de lo lindo en el caballo.
Javier Sánchez Vara, silencio y oreja. El veterano torero de Guadalajara saludó bien a la verónica al que abría plaza y banderilleó mucho mejor al segundo de su lote que al primero, aunque seguramente por la dificultad del piso, embarrado y que podía producirse un resbalón en cualquier momento. Así se vio al caballo del picador en la vara deslizándose como si tuviera patines ante el empuje del toro. Anduvo algo más confiado y seguro ante el cuarto de la tarde al que colocó los seis rehiletes en todo lo alto y con cierta gracia y belleza. Con la muleta anduvo algo deslavazado con la mano derecha pero se entonó en una serie con la izquierda bajando algo más la mano y logrando los mejores pasajes. Tras pinchazo y estocada arriba y fulminante, el público le premió con una oreja, el único trofeo que se cortó esta tarde.
El colombiano José Arcila, silencio y silencio. Traía Arcila de banderillero subalterno y bregador a un torero que a punto estuvo de ser alcanzado dentro del burladero tras parear con soltura y gracia, Mario Campillo. Mario recibió, tras parear, los aplausos del público que casi en tres cuartas partes completó el aforo de la portátil de Ajalvir. El maestro con la muleta me gustó ante el quinto de la tarde, un toro más difícil y complicado, con puntas de alfiler que se vino arriba en el tercio de muleta Tiene cierto fundamento torero este diestro pero los aceros fueron casi un calvario para él.
El Venezolano César Valencia, silencio tras aviso y silencio. Y eso que tenía a un compatriota como William Cárdenas en el tendido a quien acompañaba el responsable mexicano de la información del portal «Toros en el mundo.com» y empezó su trasteo con decisión y entrega, «comiéndose el mundo» como se dice en el argot, con hambre y ganas. Las ovaciones desde el tendido y los ánimos no tardaron en llegar del público de Ajalvir que entendía el esfuerzo de un torero que ha convivido con ellos varios años. César Valencia estuvo más entonado en las series con la mano derecha y dando a entender que dispone de recursos para torear. Algunos de su muletazos tuvieron cierta hondura que caló en los tendidos. Pero con la espada falló y más con el descabello lo que acabó por silenciar al personal y perder al menos un trofeo que tenía ganado por su faena.
En fin. Molde de barro, pero sin cocer, de resultados casi tísicos y pobres y unos toros «ibanes» de Alberto Mateos que resultaron nobles. Y así empezó la Feria de Ajalvir y de la temporada. Habrá tiempos mejores, seguro. Y también de esperanza.
REPORTAJE GRÁFICO: José FERMÍN Rodríguez.
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