Este revoltijo del mundo del toro anda dividido desde la vuelta del torero sevillano, heredero de Paquiro y su capote, José Antonio Morante de la Puebla que se retiró de los ruedos con un «ya no puedo más» y que regresó de nuevo a su vocación, tras aquella reaparición en los ruedos mexicanos, donde alternó algunas tardes con «El Pana», peculiar matador de toros que murió tras un dramático percance en el ruedo. De tierras aztecas se trajo Morante de la Puebla una costumbre inusual en un torero: fumarse un puro habano en el transcurso de un festejo, entre toro y toro, sin tragarse el humo; estampa singular con la que lo hemos visto fotografiado más de una vez o inmortalizado por alguna cámara de televisión.
El torero, padre de tres hijos José Antonio; María y Lola ha marcado un antes y un después en la Tauromaquia moderna. Fuera de los ruedos pinta, como lo hacía Palomo Linares, en una línea abstracta y figurativa y dicen que colecciona antigüedades, entre otra actividad como la de vivir en la naturaleza de su finca de la Puebla. Mantiene una estética fuera de los ruedos que lo convierten en un curioso bohemio cuando se disfraza con levita y chistera para un reportaje o mantiene su costumbre de lucir patillas «a lo Francisco Montes «Paquiro» y coleta natural como los diestros antiguos, y usar complementos en el vestir como un «foulard» o una corbata de pajarita. Él no es pródigo a la aparición en medios televisivos dando pábulo a su vida y obras, hasta en eso es distinto, para contar cosas de él mismo cuya vivencia es exclusiva de él y no de tanto curioso como anda por el mundo pendiente de la vida de los demás.
Y Morante de la Puebla puso en valor de nuevo por San Juan de junio en la arena del coso de León un viejo quite en desuso que llamaron los taurinos «el bú«, produciéndose la conexión íntima entre el público que presencia el espectáculo y el autor de la actuación. Un imponderable me impidió ver con mis propios ojos tamaña resurrección de una mariposa de tela, movida por un hábil prestidigitador, acariciando el hocico de un toro bravo. Luego, visionado el momento una y otra vez he estado en las comparecencias posteriores sin que llegara ese momento de reverdecer el viejo quite del gran Joselito «El gallo«. No obstante, aún no he perdido la esperanza para alcanzar dicha visión alguna de estas tardes de toros de la temporada.
Morante de la Puebla, genuino torero sevillano, que llegó a encararse con un espectador en Madrid con un «¡baja tú y lo haces!» en lógica explosión soberbia de su humanidad tras las dificultades planteadas en la lidia del toro, es acicate empresarial y aficionado, sin ninguna duda, y aunque a mí me gustaría que se cortara esas patillas exageradas de bandolero o político del siglo XIX y mostrara más cada tarde su toreo hermoso, mientras le dure el fuelle, no decaigan las ganas y anide el hastío en su vocación. Morante de la Puebla, digo, es un torero de época y tenemos la suerte de poder verlo con nuestros propios ojos mientras Lorca, el poeta granadino, le siga inspirando con su juego y teoría del duende. Eso por ahora, me basta.
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