Al final la última de las jornadas promovidas en la tercera edición de las novilladas patrocinadas por la Junta de Castilla y León y celebrada en Tordesillas, a cargo de la Fundación del Toro de Lidia, trajo consigo instantes más que bonitos y atrayentes que acercaron a los niños la fiesta de toros como en este taller de banderillas donde cada uno de ellos pudo construir un garapuyo, eso sí sin arpón de acero, para que no crean quienes se la cogen con papel de fumar que a los infantes el mundo del toro les trata con aspereza y peligrosidad.
Las caras de los niños posando en el parque de acceso al coso de Valdehuertos denotan la alegría y la satisfacción por haber intervenido en dicho taller y además estar acompañados por Francisco de Manuel, un torero madrileño que no hace tantos días ha sido declarado y proclamado vencedor de la Copa Chenel, esa que lleva nombre futbolero (copa) y el titular de un apellido torero inolvidable, Antonio Chenel, «antoñete».
Hubo diversas actividades para dejar claro que la final de Tordesillas tenía que tener algo así como un apoyo por tanta dejadez, por tanto olvido, por tanto ataque irracional, por tantos insultos como recibieron sus gentes en aquellos días nefastos e inciertos de las algaradas antitaurinas que concluyeron en la adopción de decisiones políticas, tras la insistente y machacona muestra de informaciones por prensa, radio y televisión, que mostraban a un pueblo habitado por garrulos, paletos, trogloditas y otras lindezas parecidas que mataban un toro a navajadas, pensando tal vez «en que muerto el perro, se acabó la rabia».
Aquí y en todos los demás sitios, la ola modernista de ataque a la tradición y a todo cuanto ello significa ha sido un rodillo hacia una muestra etnográfica sin igual, en que la actividad original para la lidia de toros, demasiado poco se la ha defendido.
Los niños de Tordesillas vuelven a jugar al toro. Y eso merece el reconocimiento en esta noticia.
Foto: REBECA Hernando/Plaza de Tordesillas.
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