En vísperas de los santos más toreros del Año, protagonizados por una mujer, ella Nuestra Señora de la Asunción, y el subalterno restañador de heridas y llagas, San Roque, surge la reflexión sincera no para recoger con nostalgia recuerdos de otros tiempos, sino para llamar a la puerta de todos los taurinos a que hagan un pequeño recogimiento en los atareados días y piensen también en la razón que mueve todo este circo mercantil, artístico y emocional en el que hemos convertido todos la original fiesta de los toros.
La siembra de un campo debe hacerse tras labrar con todo el esfuerzo y laboriosidad el espacio en el que va a depositarse la semilla de un grano que con el paso de estación germinará y con el tiempo producirá ciento por uno. Es verdad que al lado de esa espiga, antes de encañar, surgirán nubarrones, nublados, pedriscos, tormentas, sequías y temporales que a más de una destruirá y dejará en baldío. Sin embargo, habrá otras que superarán la dificultad, con esfuerzo, con dedicación, con práctica, con fe, con sentido de la responsabilidad. Así sucede con las espigas de tantos y tantos chicos que quieren dedicar su vida a la vocación que han hecho suya y enraizado profundamente en su existencia, la de ser torero.
El campo profesional del toreo tiene múltiples vertientes y variantes que deben conjuntarse y unirse al final de la historia para lograr el objetivo propuesto: Alcanzar el éxito, tocar con la punta de los dedos el triunfo y la fama.
Pero para lograr todo eso se precisan los inicios, la siembra generosa y abierta que hoy ha sido eliminada prácticamente de nuestra tierra por una desidia y un error que traerá consecuencias negativas a todo el grupo humano que conforma la gran familia taurina.
Si se exceptúan una pocas y contadas excepciones, las novilladas sin picadores han sido prácticamente retiradas de los carteles y de los reclamos que anunciaban las mismas, ofreciendo los retoños, la nueva savia, los brotes del gran árbol en el que se convierte la Tauromaquia. Unos dicen porque otras modas han sustituido las anteriores, nuevas formas de diversión, música y deporte han entrado con mucha más fuerza en la vida y entretenimiento del ser humano.
Nadie sabe lo que significa para un chaval que empieza,un novillero joven y emocionado, vestirse de luces para lidiar un novillo en una plaza de cualquier localidad. Su cara queda transformada mientras se coloca el traje, le aprietan los machos y le ayudan a anudarse el corbatín y arroparse con el capote de paseo, antes de salir a dar toda su ilusión y mostrar todo lo que lleva dentro con una muleta roja en las manos. Incomparable la vivencia para ellos, el bien inmaterial que todo lo llena, mucho más que el dinero o el mismo aplauso del público.
Recapacitar, analizar y encauzar una forma de entender la Fiesta de toros es el objetivo más inmediato, pues si falla su base, su raíz, el árbol caerá estrepitosamente como un castillo de naipes y lo acabará el tiempo como arrastra el viento los papeluchos de las calles en un vaivén sin sentido.
Fotos: Jesús López
Federico dice
Gran artículo que invita a la reflexión.