Escriben algunos de los compañeros de las informaciones taurinas en sus respectivos periódicos digitales acerca del “baja tú y lo haces” que le espetó Morante de la Puebla a un espectador ayer en la corrida de Beneficencia de Madrid, cuando el individuo, creyente pulcro y valiente en la masa anónima de un tendido menos entendido de lo que aparenta ser, le increpaba al diestro, berreaba, ese anónimo tú “que decoras con tu grito ególatra -que más pretende notoriedad que protesta- la tórrida piedra de las tardes al sol, miraste cómo perdía el torero más genial su apuesta por Valdefresno, pero no viste cómo quisieron que perdiera el ganadero su dignidad los que se esconden de los focos en los despachos oscuros” (Marco Antonio Hierro dixit).
Cierto es que el toreo no es de la exclusiva propiedad de nadie, ni de un torero por extraordinario que sea, ni de un grupo, ni de una familia, ni de los aficionados que pagan su entrada y exigen. No es de nadie en absoluto. Por eso, el toreo es algo más en su liturgia de sentimiento. Es un halo vagoroso, un silencio mortal, una luz de esplendor y alegría, un ramillete de sensaciones… que se nos da a todos cuantos amamos y creemos en su significado, incardinado en la esencia más profunda de nuestra raíz y de nuestra vida.
El gesto de Morante ante la increpación no fue humilde, es verdad. Destila soberbia. Pero tiene en sí mismo el perdón, el quite, la explicación, bien es verdad que no demasiado razonada, al volverse contra un espectador que sustenta la feria y que la cuenta conforme le va en ella, viendo cómo un ser al que admira por su arte, por su torería, por su grandeza demostrada en el juego, movimiento y gestos con un capote entre las manos, no hace lo que él desea, mejor lo que a él de forma egoísta, le gustaría que hiciera, mientras se juega su integridad, su cuerpo, su prestigio, su vida.
Y lo mismo hacen tantos y tantos anónimos, compañeros de escalafón, los otros toreros que no tienen ni tanta fama, ni tanto cartel ni renombre, pero que saben que en este mundo del toro para tener autoridad, estima, reputación contrastada y respeto entre los aficionados y el público en general, deben ir con la modestia, la sencillez y la paciencia por delante de los vuelos de su capote.
José Antonio Morante de la Puebla, torero por la gracia de Dios, un naranjo en flor de Andalucía, lleno de pámpanos y brotes olorosos de azahar que recibe una importante compensación económica de quienes le contratan cada tarde, además de fama y prestigio, mostró su lado humano, de barro, en Madrid ante un espectador que le increpaba, dirigiéndose a él sin humildad, sumisión ni sencillez, con un trueno soberbio, arrogante, endiosado, envanecido: “Baja tú y lo haces”. Y eso, aunque justificado y comprensible, ni está bien ni lo podemos aplaudir.
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