Y llegó la corrida de rejones anunciada por Eventauro con toros bravos y encastados de La Castilleja que sirvieron y bien a los caballeros rejoneadores. Esta vez sí que fue el bello arte del rejoneo, por obra y gracia de un centauro estellés llamado Pablo, quien cortó cuatro orejas y al que la Presidencia, haciendo caso omiso a la mayoritaria petición del público que se prolongó exactamente por un minuto y medio, no le dio el reclamado rabo del animal, segundo de su lote, llevándose la bronca soberana del respetable con toda la razón por su decisión rayana en la injusticia en vez de la ecuanimidad. Y aquí lo primero es poner las cosas en su sitio:
El público es quien paga la entrada, quien mantiene vivo este espectáculo y quien además demanda los trofeos para los participantes por lo hecho. Por tanto, un presidente cabal debe saber que además es un aficionado que debe proteger el espectáculo, su integridad, su belleza, su singularidad y estar al frente de un palco director de la lidia y de la aplicación normativa justa y no intolerante, prepotente, condicionado y fuera de lugar. Muy mal, Juan, el presidente de Zamora en la tarde de hoy por no entregar el máximo trofeo a Pablo Hermoso de Mendoza, porque una cosa es ser cicatero y otra generoso, pero lo que no puede estar más tiempo presidiendo una corrida es por su intolerancia y hacer oídos sordos a la petición mayoritaria del respetable, cuando ésta se produce. Se ganó, merecidamente, los gritos de ¡fuera!, ¡fuera! que salieron de todo el graderío de la plaza.
Zamora vive los toros con pasión, pero lo que el aficionado de Zamora no puede ni debe aguantar es que unos pocos impongan al resto por la fuerza de sus decisiones, el gusto y el trapío de las reses a lidiar, echando para atrás corridas enteras y sustituyéndolas por animales grandotes, búfalos, mastodontes de carne y cuernos, importándoles muy poco quien venga a ejercer empresariarmente una labor destinada a divertir y a entretener con la fiesta de toros, arriesgando su propio dinero.
No es normal lo que está pasando en Zamora y los responsables políticos de la Consejería de la Junta de Castilla y León deben poner coto y término a estos abusos de injusticia que horadan y destruyen el trabajo de quienes viven de esto. Por ejemplo, el equipo veterinario que en la actualidad ejerce con algunas de sus actuaciones como antitaurinos, con la anuencia del Presidente de la corrida y otros pocos, que luego van a los toros a disfrutar, a que les vean y a no dar un palo al agua. Hay que ser profesionales, y además aficionados, gustosos de la fiesta de toros, animosos y colaboradores en la solución de los problemas en lugar de crearlos.
Pero bueno, tiempo habrá de analizar en otra ocasión lo que viene sucediendo en algunas plazas tan distintas unas de otras, con normas y modelos diferentes de ejecución de actuaciones, de comportamientos y de adopción de medidas tendentes a veces más a poner palos en la rueda de la tauromaquia en lugar de engrasarla y empujar en la misma dirección.
Ahora vamos a explicar lo que hemos visto esta tarde en el Coso de la Amargura. Y lo más importante el toreo, la decisión, la belleza y la actuación de un hombre hecho caballo en todo su cuerpo. Con animales perfectamente domados, entrenados, sabedores ellos mismos de dónde estaban, luciéndolos con el poderío y la gracia como la estupenda luz de finales de junio que alumbraba la plaza de toros de Zamora, casi llena de público, con camisetas de colores, peñas que se pusieron de pie para aplaudir, allí fue Pablo Hermoso de Mendoza, torero a caballo por la gracia de Dios. Rejoneo increíble en el que abrió plaza, pases ceñidos con la grupa de sus animales, clavando arriba, llegando a la testuz, acariciándola como el hocico de Platero a las margaritas celestes y gualdas, tibiamente, con sentimiento.
Dos orejas y dos orejas fue el balance de Pablo Hermoso. En el último, de nombre «callado» y 520 kg de romana, con fuerte petición de rabo y bronca al usía como hemos relatado arriba. Mendoza además hizo el alarde de agarrar los cuernos con ambas manos, girando alrededor del ejemplar bravo de la Castilleja, antes de entrar con el rejón de muerte que tiró patas arriba al toro. Hasta el concejal de festejos de Plasencia, Luis Díaz, que se encontraba a mi lado en el callejón pidió con fuerza el rabo, diciendo aquello de «El público, es soberano«.
Pablo Hermoso comprende el toreo a caballo con elegancia y una finura acompasada al temple, al riesgo, al espectáculo en una palabra. Merecedor de salir por la puerta grande, Hermoso lo hizo dando sentido a su apellido pero en grado superlativo, por eso, hermosísimo Hermoso de Mendoza.
En otro nivel, distinto por debajo del caballero estellés torearon Joa Moura y Roberto Armendáriz que se llevaron una oreja cada uno de ellos por sus faenas.
Joao Moura, vestido a la federica, dio cuenta de un «catalejo» de 455 kg. al que desorejó merecidamente por una faena completa pero algo despegada en los quiebros al estribo. Lo mejor en este toro estuvo en los cites de frente, con la banderilla a una mano, entre los aplausos y gritos de ánimo del público. Un rejón de muerte muy efectivo, le hizo acreedor de la oreja y en el «botinero«, cuarto de la tarde, toreó con mayor efectividad, mejor temple y más nervio artístico, pero falló con el rejón de muerte, pinchando varias veces, por lo que tan solo recibió la ovación del público por su actuación.
Joao Moura es un rejoneador muy característico de la escuela portuguesa, más sosegada y tranquilo con zarpas y banderillas cortas, pero ágil en los quiebros y muy llamativo en los cites desde larga distancia. Su labor hoy en Zamora hubiera sido redonda de haber acertado con el rejón de muerte.
Y completaba el cartel, Roberto Armendáriz, el navarro que lleva caballos de Pablo Hermoso y regenta una escuela de doma. Su primero un toro de media tonelada llamado «doloroso» fue brindado al cielo, a la memoria de su padre recientemente fallecido, desde el centro del ruedo. Algo desangelado en su toreo, pues el animal resultó ser el peor del encierro, poco colaborador y además dañado al producirse cierto quebranto en uno de los giros que lo tiraron al suelo, precisó de tres intentos para atronar al animal. Sin embargo, Roberto se sacó la espina en el que cerraba corrida y que brindó a Charo, la ganadera de Ajalvir, esposa de Cipriano Hebrero. ¡Va por ti, señora!, le espetó a la zamorana lanzándole el sombrero. Muy bien acariciando con la cola del caballo la testuz y magnífico con polvorilla en las banderillas cortas, Armendáriz sobrio, elegante, señero, espectacular en algunos momentos con sus cabalgaduras llegó, vio y convenció a los tendidos en su faena. Una oreja merecida pese a haber pinchado con el rejón de muerte fue el bagaje de su actuación.
Al final del festejo, Pablo Hermoso salió aclamado por la puerta grande, mientras que Moura y Armendáriz fueron despedidos con aplausos.
Y en el recuerdo, una anécdota para mí basada en normas que condicionan que algunas personas en las plazas de toros se creen dueñas y señoras de encauzar a los demás y quieran mostrar al resto que ejercen la autoridad, sin tenerla, en lugar de colaborar con conocimiento profesional a solucionar y contribuir en mejorar las relaciones humanas, fomentando el respeto por el trabajo ajeno. De todos modos, gracias a quienes contribuyeron por hacérnoslo más llevadero y nos acogieron, especialmente a Cipriano Hebrero y su familia.
Fotografías y Galería gráfica: José Fermín Rodríguez
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