Y agradecimiento. Porque Paco Cañamero, el escritor salmantino que viene poniendo, negro sobre blanco, páginas y páginas toreras y taurinas en las que desentraña la vida, los hechos, el misterio del acontecer, la vida y la muerte de los toreros, ha llegado para quedarse en los anaqueles de todos los recintos taurinos.
Su último libro, que él mismo me regaló dedicado con afecto en un burladero de la reciente y pasada feria de Guijuelo, titulado «Capea Robles. 50 años de competencia y torería» desgrana en sus 270 páginas con amenidad, verbo pulido y señorial la vida torera de dos de los grandes diestros salmantinos de esta época moderna, Pedro Gutiérrez Moya «El niño de la capea» y Julio Robles.
La pareja de grandiosos espadas del arte de torear que tanto monta Robles Capea como Capea Robles se hace vida en su relato. Las vicisitudes de los comienzos con cuantos estuvieron a su lado, como dice en uno de sus capítulos, la semilla del esplendor, hasta el apéndice final en donde en un párrafo memorable recoge la fría tarde de enero en que Julio Robles marchó a la eternidad desde el hospital de la Trinidad con las lágrimas derramadas por Pedro sin consuelo alguno, suponen el engarce de una competencia torera sin igual y una amistad imborrable entre ambos personajes de la historia taurina de España, dos claveles germinados en la hermosa Glorieta salmantina.
El libro de Cañamero es insustituible para cuantos quieran adentrarse en el misterio de una vida torera de riesgo y ventura, vocación hermosa y señera, competencia leal y entregada por dos toreros salmantinos que llenaron, junto con Santiago Martín El Viti, toda una etapa de luz y esperanza y grabaron en letras de oro sus nombres en la placa del tiempo para siempre.
Foto: FERMÍN Rodríguez
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