Sigue reiterada la matraca persistente, dura, inmisericorde, obsesiva y fanática de los partidos de izquierdas para acabar con la fiesta de los toros en sus negociaciones, apaños y componendas por aquello de encontrar siempre al chivo expiatorio que los saque del marasmo inútil en el que viven. Así los llamados emergentes, partidos que traen ideas y vinos viejos en odres nuevos por aquello de presentar alternativa a los de siempre, atacan duro a la Tauromaquia, amenazan con prohibir los toros en pueblos y ciudades y acabar de una vez con esa lacra tan ignominiosa y costumbrista, aspecto por el que España es conocida en el mundo entero.
Airear luego, una y otra vez, machaconamente por las cadenas televisivas dedicadas a la promoción de estos partidos, la supresión de estas, dicen, atrocidades, costumbres bárbaras y bla, bla, bla que representan los toros de lidia, cuando es un aspecto el taurino que genera riqueza para la colectividad en forma de impuestos, pagos, salarios, jornales y economía importante, además de una vivencia única, emocional, irrepetible en muchos espectadores, origina en todos nosotros, los taurinos, una hartura rayana ya casi en el desprecio. Como si no hubiera otros asuntos que resolver más que los toros.
Ya está bien. Esto se va pareciendo más a un niño indómito que a las horas de la sobremesa se dedica a golpear un balón contra la pared de un patio vecinal, mientras duermen la siesta sus moradores, interrumpiéndoles, molestándoles y generando un rechazo, recordatorio además de la madre progenitora del infante, que se verá no tardando. Cansinos, superfluos en argumentaciones, pero sí creyendo que al final la piedra a base de golpes se romperá, tienen que decirles los taurinos con hechos y unidad que están majando en hierro frío.
De todos modos, ahí tienen Pamplona. A ver si quitan los sanfermines. Y es que se nos va la fuerza por la boca.
Fotos: José FERMÍN Rodríguez
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