Una tarde fría, desangelada, ventosa, con un tercio de espectadores cubriendo el graderío del coso zamorano trajo el patrón San Pedro para despedir a un torero que fue y que ya no es tanto como Paquirri; un maestro más que consagrado, arrojado y valeroso que le ha valido el apelativo de «ciclón de Jerez» como Padilla y un torero maduro, inteligente y probado como Antonio Ferrera. Lidiaban toros de Gerardo Ortega, bien presentados en general, con kilos y romana, nobles, que llegaron al último tercio agotados y con las fuerzas justas.
Paquirri se fue entre silencios de la plaza que incluso pudo ser más duro para él si los escasos espectadores que ocupaban el tendido esta tarde le hubieran reprobado con algo más de fuerza con que lo hicieron su actuación, especialmente ante el quinto de la tarde al que ni toreó, despachándolo por la vía rápida y abreviada.
Por ser el día de la despedida de este torero que tuvo y retuvo gran parte de la torería que atesoró su padre solo diremos que ante el segundo de la tarde, zurrado de lo lindo en el caballo con un castigo de dureza exagerada, anduvo desconfiado. Luego con la muleta, cerrado en tablas y a cobijo del viento que le molestaba y mucho, intentó meterlo en el canasto, pero aquello se diluyó como un azucarillo en un vaso de agua. Se perfila y logró una estocada entera. El toro se amorcilló y precisó un golpe de verduguillo para enviar al desolladero al ejemplar, el de mayor movilidad del encierro sin duda alguna.
La anécdota de la tarde la protagonizaron Padilla y Paquirri antes de la faena de muleta del cuarto. Tras la suerte de varas, el caballo de picar dejó en el tercio una amalgama de cagajones que tenían que recogerse. Pues bien, un torero con el rastrillo y el otro con una pala de los areneros recogieron los detritus y los apartaron para que nadie resbalara con los mismos. Padilla rastrilló y Paquirri recogió con la pala las heces del caballo. De esta manera los dos toreros dieron ejemplo y protagonizaron el detalle de la tarde.
Padilla en el cuarto estuvo fenomenal, valiente, bravo, arrojado, entregado, ganándose el jornal con el sudor de su riesgo. El desplante final de rodillas delante de la cara del toro, arrojando los trastos y dándole el pecho desató la ovación más fuerte de la tarde y tras lograr la estocada entera, el Presidente de la corrida le otorgó las dos orejas que paseó junto a una bandera pirata de esas que pone: «illa, illa, Padilla maravilla».
En el que abría plaza un toro pesado y grandón invitó a banderillear a sus compañeros de terna que colocaron los rehiletes en el lomo del animal y él cerró con un par al violín muy aplaudido.
Antonio Ferrera, el tercero en discordia, dejó destellos de su calidad sobre todo con la mano izquierda. Mandó parar la música porque el horno no estaba para demasiados bollos. El aire, los cabezazos intempestivos del toro y la contrariedad de torear junto a tablas no hicieron demasiado bonita su intervención. Emborronada además con un sartenazo a la paletilla que asoma haciendo fea guardia y por lo que pidió perdón en el saludo tras el arrastre. Sin embargo ante el sexto estuvo muy por encima del toro el maestro Ferrera, recibiendo una oreja.
Luego la puerta grande de Zamora se abriría para sacar al ciclón de Jerez en hombros merecidamente. El único torero de la tarde que asistió personalmente al homenaje a Iván Fandiño celebrado en el coso taurino a las 11 de la mañana y organizado por el Foro taurino zamorano donde no faltó la palabra dulce, amable y sentimental de Ana Pedrero para la memoria del torero de Orduña muerto en una plaza francesa.
Y para acabar la feria, la cita el sábado día 1 de julio a las 7 de la tarde con Ventura, Talavante y Roca Rey.
Fotos: Arturo Delgado Ballesteros y Jesús López
Deja una respuesta