
Pronto arrancó la tarde en la que no faltaron los momentos chuscos, con algo de viento y solanera abanicándose, vividos en la Plaza de los campos góticos de Palencia en la primera de las corridas de toros anunciadas en la que alternaron Juan José Padilla (oreja y oreja); Manuel Jesús El Cid (ovación y oreja) e Iván Fandiño (oreja y silencio), ante media plaza. Se lidiaron toros de Antonio Bañuelos, bien presentados, con cuajo, nobles, pero con falta de fuerza en general. El quinto, bueno, pero se apagó pronto y el sexto derribó a la cabalgadura que hacía puerta al arrear el animal sin que nadie cortara su viaje. Tres horas de reloj después de empezada la corrida, Fandiño acabó con el que cerraba la tarde.

Sucede a veces en algunas corridas que la falta de atención, el sueño, la tranquilidad, la pausa y el sosiego se adueña de la personalidad de más de uno. Especialmente en aquellos lugares donde hay costumbre de hacer una pausa para la merienda, regar el albero si lo precisa y repintar las líneas delimitadoras del tercio y los medios. Curiosamente hemos visto, por aquello de la elipse del globo terráqueo, que el encargado de pintarlas con la cal dibujó tres líneas en vez de dos entre las voces de los espectadores, la hilaridad del momento de quienes miraban y el azoramiento en el encargado por trazar dos líneas geométricas concéntricas, saliéndole tres. La cosa terminó con un ayudante cargando la carretilla, llevándola y yéndose al patio de cuadrillas, y dejando casi todo sin terminar. Luego el Presidente de la corrida no sacaba el pañuelo para que se soltara al toro con lo que tuvo que ser Padilla quien haciendo gestos ostensibles de continuar, marcara al palco la continuación del festejo. En fin, casi, casi, una corrida eterna, sin principio ni fin, pero eso sí chusca. Tanto que mi amigo Pepe Estévez en sorna nos dijo: «Si no fuera por estos ratos y otros por el estilo…»

Pero vamos a ello.
Los toros de Antonio Bañuelos han sido bastante aceptables en cuanto a bravura y nobleza en su comportamiento. No así en bríos y fuerzas, más bien sosotes y con una alarmante falta de raza. Solo el quinto y el sexto, éste derribando al caballo que guardaba la puerta en un arreón hacia los adentros y aquel por aquello de no hay quinto malo, propició que El Cid se estirara, toreara con la mano izquierda con temple y mando y llegara a frotarle y acariciarle los cuernos en un desplante, dándole el pecho y rozándole los alamares, con los muslos a escasos centímetros de la testuz del animal e incluso llegando a golpearle con la cabeza en el lomo en un coscorrón que no venía a cuento tras la faena hecha.
Juan José Padilla que abrió plaza y salió por la puerta grande tras cortar dos orejas, una a cada uno de los de su lote, estuvo como suele ser él valiente, bullanguero, con entregados lances de recibo, espectacular en banderillas sobre todo en un par al violín, y con la muleta cuya faena empezó sentado en el estribo, no escatimó rodillazos, desplantes en la cara del toro y además logrando dos estocadas hasta la bola, ante el primero con la pérdida de la muleta y en el segundo aguantando una tarascada que le tiró el de Bañuelos con malas intenciones. Luego en el segundo recorrió el anillo con la oreja y una bandera de pirata clavada en la banderilla acompañado de su hija, mientras la charanga interpretaba la música de «piratas del Caribe». Otro espectador le regaló una estatuilla de un santo fraile y la empresa la sustitución merecida por Morante en la corrida de mañana, con buen criterio al haber triunfado hoy.
Manuel Jesús El Cid puso el toreo sobre todo con la mano izquierda, prodigiosa que tiene, agarrando del medio el estaquillador, templando y sometiendo al animal. El hombre recibió un susto al hilo de las tablas cuando trataba de dar un lance de capa al segundo de la tarde. El toro lo cogió de malas formas, lanzándolo al aire y temiéndose lo peor. Sin embargo, todo quedó en un susto y en un fuerte golpe en la mano derecha, de la que se quejó el resto de la lidia. Pese a esta contingencia, lidiarse mal el toro por la cuadrilla y quedar el diestro mermado de facultades por el trompazo, le sacó buenos y elegantes naturales al de Bañuelos. Dos pinchazos sin soltar y una estocada mandaron al desolladero al toro.


Ante el quinto, el mejor del encierro traído desde la Cabañuela, de extraordinaria clase y nobleza, toreó muy despacio el de Salteras y logró una estocada hasta el mango. El animal agonizó prácticamente de pie, hasta que se echó al hilo de las tablas y el puntillero acabó por despenarlo. Los pañuelos pidieron la oreja que le fue concedida.
Y completó Iván Fandiño que hoy, pese a cortar una oreja, lo hemos visto como ausente de la lidia. Y cuando quiso ponerse ya en actitud de dominio, era momento de lanzar el «ite missa est» y a casa con el recado. No obstante me gustaron de Iván los lances de recibo desengañando al toro y una media de remate con cierta gracia. En la muleta el toro cortaba y se colaba con lo que la faena no estuvo demasiado sobrada de ligazón. No obstante la estocada fue lo mejor de la faena. Tal vez por ella le premiaron con la oreja. En el que cerraba corrida, lo mejor de Fandiño estuvo en los primeros compases a pies juntos, pero el toro y el torero, creo, estaban deseosos de terminar la corrida.
En fin, una señora aficionada como María que nos acompañó en el tendido al decano de los periodistas taurinos de Valladolid, José Luis Lera, a Pepe Estévez de Opinión y toros y a quien esto escribe, con quien compartimos el festejo de esta tarde, no salía demasiado contenta de la función, pese a las cuatro orejas cortadas, sintiendo que los toros de Bañuelos hayan perdido la fuerza y el vigor que tenían no hace tanto tiempo, pero como la esperanza es lo último que se pierde, mañana será otro día.
Fotos: Jesús López
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