Tres despedidas, tres adioses entre otros muchos de personajes dedicados a esta profesión de torero, única, arriesgada, señera e irrepetible. Distintos motivos el de unos y de otros. Juan José Padilla, el jerezano, haciendo bueno y grande el afán de superación y sobreponerse a la desgracia física que le cercenó la integridad en el sentido de la vista pero no en su alma ni en su corazón de héroe. Este hombre es un ejemplo vivo de lo que puede llegar a dar de sí un ser humano ante las estrecheces y dificultades. Y se va en el mismo lugar en donde nació el mito y se consumó la tragedia, Zaragoza.
Casi al mismo tiempo, y tras llevarlo en volandas alrededor de la Plaza de la Misericordia con todos sus compañeros, Alejandro Talavante anuncia su despedida temporal de los ruedos. Este torero, grandioso y espectacular que tuvo a su lado «el sistema» y que un día le volvió la cara del revés, hace mutis por el foro, al menos de manera temporal para poner en orden sus ideas, recapacitar, meditar y dejar de lado una profesión en la que se le entiende mejor en las tardes de triunfo y naturalidad que en las duras circunstancias que sobrevienen por la vida.
Alberto Aguilar, el menudo torero madrileño, pero grande y valiente que se cortó la coleta en Illescas en un gesto torero que le enseñó la dureza y la grandeza de esta profesión, sin ser ni justa ni comedida con él.
Tres toreros que en poco tiempo, en un abrir y cerrar capotes y muletas, han dicho adiós a la fiesta de toros.
Y con ellos un novillero, Carlos Ochoa, quien dejó en una carta su marcha de esta vocación en unas palabras plenas de sinceridad y de vergüenza torera.
Se mire como se mire, el final de una vida, el abandono de la vocación, secularizarse para no tener que apechar con la liturgia de una tarde de toros, revestidos de luces y arriesgando la integridad física, tiene que ser motivo de tristeza para cuantos aficionados sinceros pululan por el mundo y siguen la fiesta de los toros como una de las profesiones más emotivas y bonitas que existen.
En la fotografía con que ilustramos estas líneas de despedida, nada mejor que el abrazo sincero, paternal y tierno que Juan José Padilla da en la plaza de toros de Toro a su hija Paloma, como el renuevo, la revitalización, el afán por seguir en buscar una vida mejor llena de amor y cariño hacia los tuyos.
Toreros, adiós gracias por los buenos ratos que nos hicistéis pasar y ¡que os vaya bonito!
EDUARDO ARROYO, D.E.P.
El pasado domingo falleció, en su casa de Madrid, Eduardo Arroyo, uno de los grandes pintores del país y reconocido aficionado a los toros. El artista madrileño era uno de los pintores más importantes del último siglo en España.
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