Muchas cosas se dieron cita esta tarde en la plaza de Cuatro Caminos en Santander: La primera un encierro de Antonio Bañuelos bravo y noble, con un «lucero» de 557 Kilos en la romana, lidiado en quinto lugar, que puso a la plaza no de los nervios, sino algo nerviosa y casi sin control. Menos mal que había un Señor Presidente en el palco, un hombre aficionado extraordinario llamado Fernando Fernández Moreno y a quien no tengo el gusto de conocer, que asentó con tino, acierto, propiedad, ponderación, ecuanimidad y justicia la petición injusta de parte del público, empezada por una minoría y por aquello de donde va Vicente, arropada por más asistentes a la corrida, poco dados a conocer las razones por las que un toro debe recibir el indulto tras la lidia.
El primero que echó en cierta manera al público encima fue Daniel Luque quien, cuando iba dando la vuelta al ruedo, con las dos orejas de «lucero«, al llegar casi a la puerta de toriles, ordenó a un subalterno que se acercara al desolladero y ordenara la disección de la cabeza para llevarla al taxidermista y guardarla de recuerdo gozoso. Luque en el primer tercio no estuvo fino con el de Bañuelos, recibiéndolo con unos lances algo desarreglados para lo que nos tiene acostumbrados. Un puyacito y a banderillear al ejemplar el cual se dolió tras el primer par. Dio muestras de irse a la puerta de toriles, pero aquí vino el milagro y la transformación en el comportamiento del animal. Luque que recibió una leve petición de oreja en su primero y la ovación del respetable se fajó con su enemigo, doblando el talle, marcando los pases con cadencia hermosa, llevando y trayendo al animal una y otra vez alrededor de su cuerpo constituido como centro de la faena y el toro girando codicioso, noble, pronto y como si quisiera comer la franela del diestro. Por la derecha, por la izquierda; por la izquierda y la derecha, mezclando armoniosamente los pases entre los olés de los tendidos que, cada vez más fuerte aplaudía los finales de las series.
Se perfila para matar, pero ante el griterío in crescendo pidiendo parte del público el indulto de la res, el torero baja el estoque, mira al palco y sigue toreando al «lucero» con más entrega, más empaque y más interés. El Presidente, en su sitio y analizando toda la trayectoria del comportamiento del toro a lo largo de su lidia, ordena ostensiblemente al diestro que lo mate. Suena el aviso y Luque obedece la orden, aunque todavía esperó un poco a ver si el griterío iba en aumento y los pañuelos pedían el indulto. No fue así, por lo que entró a matar consiguiendo una estocada algo desprendida. Al acularse en tablas, precisó de un golpe de descabello que echó patas arriba al noble y bravo toro de Bañuelos.
El Presidente, otorga las dos orejas al diestro y exhibe el pañuelo azul para que se dé la vuelta al ruedo al toro con las formalidades reglamentarias y entre los aplausos emocionados de todo el público el tiro de mulillas pasea sus despojos alrededor del anillo.
Una vez acabados los premios, parte del público silbó al Presidente y otra parte muy significativa de la plaza aplaudió su decisión.
Verdad es que se reconcilia uno con la afición, con el buen hacer y con la categoría que tiene una plaza de toros como es la de Santander, cuna de una feria merecedora de aplauso y de figurar en los anales de la historia de la tauromaquia de los últimos años. Por eso quienes dirigen sus destinos saben lo que tienen entre manos y conocen todos y cada uno de los fundamentos de la tauromaquia, de los premios y de las censuras y en esta ocasión ha redondeado la obra con la decisión de un Presidente sabio, honrado, preciso, justo y cabal.
Poco más dio de sí la corrida del miércoles, quinta de la feria, con César Jiménez y Rubén Pinar completando la terna para lidiar una brava y noble corrida de Antonio Bañuelos, extraordinariamente presentada, con comportamientos dispares en los toros que fueron aplaudidos tres de ellos en el arrastre, «rompequillas», «palomo blanco» y «polizón«; dos silbados- «tomillero» (lesionado e inválido, pero de excepcional condición) y «avutardo» -y uno premiado con la vuelta al ruedo, el lucero del alba de Antonio Bañuelos el de la Cabañuela de Hontomín, protagonistas hoy por méritos propios de nuestra crónica. ¡Enhorabuena, ganadero!. ¡Gracias, Sr. presidente!
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