Se ve que lo de regalar en Palencia, tierra hospitalaria donde las haya, bien sea tirando pan y quesillos, ora interpretando piezas musicales, bien dando orejas a las voces más que a los pañuelos, es algo innato en la idiosincrasia de la población. Y buena prueba de ello la generosidad hoy demostrada por Miguel Ángel Bercianos, el Presidente de la plaza que hasta cogió el micrófono del Canal de televisión antes de empezar, y no tuvo empacho en sacar dos pañuelos tras la faena de Francisco Rivera, popular, de cara a la galería y más teatral que verdadera, comedida y justa. Pero en fin, todo sea porque el día del patrón San Antolín, Palencia, grande, humilde y altiva, granero de España, honra al santo y sus gentes cantan en pie antes de empezar la corrida el himno de la ciudad, interpretado por la Banda de música. Por eso, ¡gloria al pueblo valiente y honrado!.
Y vamos a la cuestión que se nos va el tiempo y las líneas en consideraciones, bien es verdad que curiosas y cuando menos entretenidas.
Vinieron a Palencia Paquirri, silencio y dos orejas; Castella, oreja y aplausos tras aviso; y Jiménez Fortes, vuelta al ruedo y ovación, que entró por el lesionado José María Manzanares para lidiar una corrida de Juan Pedro Domecq. Los toros sevillanos, bien cuidados, lustrosos, salieron con variedad de comportamiento: Flojos, porque no precisaron vara. Sólo recibieron un pinchacito todos ellos en el caballo y a otra cosa, mariposa. Nobles porque embistieron sin hacer extraños ni ir al cuerpo del diestro. Un sosote pan sin sal lidiado como tercero de la tarde, otro bravo que empujó en el caballo y otro más inválido a consecuencia de un puyazo irregular del picador que desgració al animal de una pata, al dañarle un nervio. En fin, como en la variedad está el gusto, pues casi, casi puede decirse que hubo de todo en Palencia.
Francisco Rivera no entró en calor en su primero, anovillado, aunque la tablilla anunció 542 kg de romana. Se situó por donde estaban los papeluchos pues el viento más que descubrir, deslucía la acción del torero. No obstante, y nada más empezar la faena, y en los primeros compases de la misma, se arrancó la banda de música con un pasodoble para amenizar el espectáculo. Despachó al burel de una estocada con saltito y descabello. Estuvo mejor en el cuarto de la tarde, echándose de rodillas en el tercio, tanto en el titular como en el devuelto. Banderilleó el diestro y puso tres pares bailando y moviéndose al compás de la música. En el tercero echó una bronca ostensible a su peón de confianza por cortarle el toro tras el tercer par de banderillas puesto al violín. Brindó al público y comenzó su faena sentado en el estribo, luego por la derecha estuvo aseado, bien es verdad que despegado del peligro. Una estocada entera efectiva acabó con el animal y los tendidos pidieron la oreja para el diestro que le fue concedida por partida doble, calando el público la generosidad del usía y silbando la segunda concesión del apéndice.
Sebastián Castella, el francés, que llegó al patio de cuadrillas a la crítica de la hora de comienzo de la corrida, serio, sin querer hablar para ningún medio, concentrado y a lo suyo, me gudstó sobremanera en los dos quites que hizo a sus enemigos: El primero por delantales y la revolera de remate y el segundo por chicuelinas muy ceñidas y otra revolera aplaudida. En el quinto de la tarde fueron aplaudidos y obligados a saludar, desmonterándose, sus subalternos Javier Ampbel y Vicente Herrera por tres buenos pares de banderillas. Toreó al segundo de la tarde a pies juntos y luego, sacándoselo al medio del ruedo, pese al aire, le enjaretó dos buenas series por la derecha y forzando la embestida del toro, que se le fue parando poco a poco, con la mano izquierda. Una estocada desprendida y un golpe de descabello le hicieron acreedor a una oreja, tras la petición del público que llenó la plaza de Campos góticos en sus tres cuartos de aforo. Al quinto le recibió con un pase cambiado, citando desde el centro del platillo, sin enmendarse y aguantando, sometiendo y toreando en un palmo de terreno. Castella, valiente y en el fiel del riesgo y la tragedia, tenía ya las orejas del ejemplar ganadas cuando se perfiló para matar y aquí llegó su fracaso y su calvario: Metisaca sin soltar, estocada caída y varios golpes de verduguillo junto a un aviso le recetó el palco. El torero, visiblemente contrariado, se retiró entre barreras.
Y el joven matador Saúl Jiménez Fortes, valeroso, encimista en sus dos faenas, haciéndolo casi todo él, donde no faltaron los estatuarios ni los pases de rodillas, ni por supuesto los gritos del público gritándole ¡torero! ¡torero! pero que no obtuvo su reválida con la tizona. Una lástima. La petición en su primero había sido relativamente fuerte, pero insuficiente a juicio de la Presidencia y tuvo que conformarse con dar una aclamada vuelta al ruedo. Fue despedido con una fuerte ovación.
En resumen, la corrida de San Antolín en Palencia, entretenida, con muchas situaciones diversas al margen de la lidia, con un himno a Palencia cantado, como es tradicional en este día, con el paseíllo formado y antes de romperse; unos toros nobles, bien presentados, y unos toreros que intentaron entretener la tarde por aquello del viento y de la gracia que atesoran ante unos espectadores dignos todavía de mejores resultados artísticos. Esto es lo que hay.
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