Comenzó la Feria de Nuestra Señora y San Roque en la tierra de Juan Martín «El Empecinado» y la nueva empresa adjudicataria de los festejos taurinos había traído con toda la ilusión del mundo a la localidad burgalesa un encierro, bonito de lámina y trapío, de los patas blancas de José Manuel Sánchez García-Torres y su esposa Pilar Majeroni Cobaleda, del encaste mítico Santa Coloma y Veragua que marcó una distancia genética con el resto de ganaderías, pero que hoy, en Roa, ha resultado un fiasco, excepto en dos de los toros lidiados.
Toros de 480 a 520 Kilos de peso, según la tablilla anunciadora, con hechuras y perfectamente presentados, se soltaron con la divisa de la ganadería de Cobaleda para los diestros José Ignacio Ramos (aplausos y una oreja); José Pacheco «El Califa» (silencio y silencio) y Alberto Aguilar (silencio y pitos). Todos los toros, excepto los corridos en cuarto y quinto lugar fueron silbados en el arrastre,- aplaudido el cuarto y tibiamente ovacionado el quinto-.
La anécdota y la discusión llegó en el último de la tarde, cuando Alberto Aguilar, tras resultarle prácticamente imposible quitar el estoque al toro por su movilidad, peligro y falta de colaboración de la cuadrilla, le entró a matar de nuevo clavándole una nueva espada con lo que de forma antiestética el animal tuvo dos tizonas en su lomo. Recibió dos avisos de la Presidencia que ocupaba en esta ocasión el Alcalde de la localidad David Colinas y la notificación lógica del Delegado Gubernativo una vez arrastrado el animal.
Hay que recordar aquí el articulado del vigente Reglamento taurino de Castilla y León para salir de dudas: «el espada no podrá entrar nuevamente a matar en tanto no se libere a la res del estoque que pudiese tener clavado a resultas de un intento anterior».
Habría que decir, en descargo del diestro, las circunstancias que se dieron en ese último tercio con un toro tardo, desfondado pero que no permitía ni acercarse, levantando la cara y moviéndose de acá para allá por todo el redondel de la plaza, buscando las tablas para refugiarse y protegerse, sin que la cuadrilla fuera capaz de intervenir activamente en ayuda del muchacho.
Yendo a la corrida en sí que no tuvo ni fú ni fa por la falta de fuerza de los toros, de encaste Vega-Villar, desfondados y escasos de raza, decir que tan sólo José Ignacio Ramos cumplió y con creces en su lote. En el que abrió plaza un precioso patas blancas, genuino, de 505 kilos, bien armado, con cuajo y trapío que se fue diluyendo como un azucarillo a medida que iba transcurriendo su lidia, lo recibió con ganas y buen estilo. Banderilleó y, tras brindar a sus amigos burgaleses del tendido, sometió en la primera serie al animal, prometiéndoselas muy felices, pero de tal forma que se le rajó, cantando la gallina y yéndose a la querencia de toriles. Tuvo que matarlo como pudo, aculado en las tablas, de una media por lo que recibió aplausos del respetable.
En el cuarto de la tarde, de 510 Kilos de romana, aunque le cuidó en el caballo y lo banderilleó, logró los mejores momentos de toda la lidia, pocos la verdad, porque el animal aun presentando algo más de fuelle en la embestida, con un galope aceptable, cabeceaba al final del muletazo. Lo despachó de pinchazo sin soltar y estocada y el público pidió para él la oreja que le fue concedida.
Su compañero el Califa pechó con un lote infumable, uno porque no tuvo apenas fuerza, aunque noblote y otro porque no lo entendió el diestro al torearlo por la derecha cuando su pitón potable era el izquierdo, como le apuntó su propio apoderado. Con el quinto al que no enseñaron en el capote a embestir se le vio que no estaba a gusto ante la cara del toro, complicándose totalmente. Una estocada caída mandó al desolladero al ejemplar.
Completaba la terna, la esperanza de la juventud, de quien dicen está llamado a alcanzar grandes cotas en el toreo, Alberto Aguilar (por cierto, Alberto cámbiate el nombre de «Alverto» con uve que te han grabado en el capote de recibo por otro adecuado y con b, que aunque los toreros no tenéis que entender de gramática, tu nombre se escribe con B…). Lo mejor de su faena al tercero de la tarde el estoconazo, algo caído, que propinó al ejemplar que le hizo rodar sin puntilla partas arriba de forma fulminante.
Y en el sexto que cerraba corrida, aunque tuvo en la primera parte al público con él, jaleándole y animándole tras recibir de rodillas y salir apurado del lance, el toro perdió el fondo enseguida y le fue imposible al diestro sacar ni un muletazo, como tampoco se puede sacar leche de un botijo.
Si Alberto Aguilar no cambia de actitud, creo que las esperanzas depositadas en él son más bien propias de un camelo propagandístico que de torería, valor y sentimiento. Pero todo buen escribiente echa a veces un borrón. Y en esto de los toros el dicho adquiere más preponderancia todavía.
Después en el Centro cultural hubo un intercambio de opiniones entre los aficionados que resultaron fructíferas. Allí intervino el público, moderado por el Presidente de la Peña taurina de Roa, estupendo y animoso aficionado. También estuvo el alcalde de la localidad burgalesa, el empresario de la plaza Mariano Jiménez y el representante de El Califa. Declinó acudir el matador Alberto Aguilar, seriamente disgustado por lo acontecido en la tarde donde se presentó al público de Roa de Duero. Ni tampoco lo hizo José Manuel Sánchez, el ganadero, presente en la corrida acompañado de su hija donde siguieron la lidia desde un burladero del callejón.
Todo sea para que Roa siga teniendo la feria taurina que se merece. Y mañana más. Allí estaremos para contarlo, si Dios quiere.
(Fotos: Miguel de Castro)
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