Llegó la corrida de la Feria, con el aforo a rebosar y el cartelón de «No hay billetes» y es verdad que en algunos momentos la emoción, el sentimiento, la grandiosidad del toreo y todo lo que ello significa estuvo en el albero vallisoletano. Por eso no importó que un fallo a espadas, corregido con la rapidez del rayo por un subalterno al extraer en un visto y no visto el estoque que asomaba haciendo guardia, y una nueva entrada al volapié, canónico esta vez, para enterrar el acero hizo que los tendidos se volvieran locos pidiendo las orejas para el diestro de Galapagar por su faena integral, de quietud y suspiro, ante el Cuvillo quinto de la tarde de nombre «marcado», hermano gemelo del lidiado en primer lugar en lidia ordinaria de a pie por este monstruo de la torería que concita admiración, seguimiento y apasionamiento en todos los sitios en donde es anunciado.
José Tomás hoy ha dado una lección de su torería hiératica, quietud y mando ante los dos Cuvillos que le tocaron en suerte. El primero «farfonillo», sustituto del «marcado» devuelto a los corrales porque se lesionó en una voltereta circense ante el capote del diestro que antes se lo había hecho trizas y girones al arrastrar en su embestida la tela del trebejo en uno de los lances y dar una voltereta, produciéndose la lesión del toro en una de sus manos al golpear violentamente el suelo. Toro para el corral y con el sobrero se echa el capote atrás con los pies clavados, haciendo un quite de frente por detrás muy aplaudido. También los aplausos fueron para Pedro Iturralde por la vara colocada al burel.
José Tomás en la muleta, hablándole mucho al toro en cada pase pues iba algo rebrincado, le sometió al natural con la galanura y poderío de la que hace gala este torero, bajando la cabeza, encajando la barbilla en el pecho y pasándose al toro rozándole la faja. Luego en la estocada recibió un achuchón del toro que llegó a encunarlo un instante sin consecuencias. El torero salió corriendo para atrás como los buenos árbitros sin perder la cara al Cuvillo que quería ensartarlo haciendo hilo con él. Resultado, una oreja más de cariño que de sentimiento le otorgó el palco cuando dobló cerca de la puerta de arrastre el toro, rajadito, noble y pitado en el arrastre.
En el quinto, brindado al respetable, tras un quite adornado con una serpentina final, empezó con estatuarios a pies juntos de antología y precisión , ajustadísimos como un rubí en la maquinaria de un reloj. Un trincherazo vaciándolo con el de pecho produjo unos olés estremecedores oídos en Valladolid hasta en el tendido de los sastres. José Tomás expuso todo un repertorio de toreo grande y emocionalmente bello al natural, con pausas excelsas y sin prisa, porque este toro de Cuvillo, noble y bravo, aplaudido en el arrastre, acudió a los cites con prontitud y celo. Luego, la estocada defectuosa y la entera dieron muerte brava y espectacular al toro.
Hoy me he quedado en algunos momentos boquiabierto viendo torear a este hombre y el por qué tiene esa legión de admiradores que lo veneran. He vuelto a sentir la sensibilidad en el toreo y casi, casi, cuando pasó por donde estábamos dando la vuelta al ruedo y le grité con toda mi alma: ¡torero!, su sonrisa y saludo a duras penas controlé mi emoción.
José María Manzanares también estuvo a lo grande en sus dos toros, pero especialmente en el primero de su lote llamado «aguaclaro» recibido con lances de guapeza. Suso saludó en banderillas como lo harían Rafael Rosas y Luis Blázquez tras parear al que cerraba corrida. Manzanares a este aguaclaro lo sometió por bajo con una muleta prodigiosa, componiendo la figura y doblándose como un junco de ribera, armónicamente, a compás, como si lo meciera el aire. Sería a la mitad de la faena cuando toma la muleta con la mano izquierda y los naturales se suceden entre las aclamaciones del público. Esta serie quedó grabada con un pase de cartel como remate. La última fase citando a pitón contrario, de verdad, tal vez con más verdad a como lo había hecho al principio, desató los olés y una ovación de antología cuando, tras perfilarse, mata de estocada entera recibiendo. Los pañuelos tremolaron en los tendidos de la plaza y el Presidente, esta tarde Manuel Cabello, le otorgó las dos orejas que unida a la que cortó en el que cerró plaza hicieron tres, fueron tres como las hijas de Elena.
En esta corrida sobró el toreo a caballo porque los dos toros de Luis Terrón fueron unos marmolillos, mansotes, distraídos, como si no fuera con ellos la cosa y uno puso las ganas para saltar la barrera, midiendo en cada carrerita la altura de las tablas, pero ni para eso tuvieron arrestos los dos toracos de Luis Terrón, rompiendo la faena de un Leonardo Hernández que quiso pero no pudo hacer absolutamente nada, salvo tener la voluntad de agradar sin conseguirlo. Una lástima.
FOTOS: José FERMÍN Rodríguez
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