El espigado torero pacense salió merecidamente por la puerta grande de Madrid tras dos buenas faenas llenas de pausa, temple, quietud y torería en corrida de «no hay billetes» que compone el amplio serial madrileño. Miguel Ángel Perera que ya hiciera su gesta hace un par de años matando él solo los seis ejemplares del festejo y resultando además herido, ha completado un ciclo que le encumbra entre los poderosos toreros del tiempo.
Ha demostrado este diestro su intransigencia en la defensa de lo que es su propio derecho para estar aupado entre los toreros de dimensión singular, no el fuero o el huevo en el tópico tan nuestro. Su privilegio personal es ni más ni menos que su preparación, trabajo diario, ejercicio, control emocional y verdad en su forma de entender el toreo: quietud, temple, mando y estética.
Llevaba Miguel Ángel, dicen, una trayectoria de arriba abajo, colocándose en la zona tranquila de la tabla como se dice vulgarmente, sin expresar un paso más de lo necesario y de todo aquello que prometía siendo torero joven, iniciado. pero él mismo ha demostrado su madurez y conocimiento en esta corrida de las Ventas ante dos toros de Victoriano del Río que le tocaron en suerte, especialmente frente al tercero de la tarde de nombre «bravucón» , rubricadas con sendas estocadas canónicas, efectivas, perfectas.
No faltó la reticencia del Presidente Justo Polo haciendo ostensibles gestos de negar la segunda oreja al de la Puebla del Prior sacando y metiendo el pañuelo de la primera tras la barandilla del palco, para, ante la petición del público, las voces de alrededor y del resto de los tendidos, asomar prácticamente con cierto despecho y contrariedad el pañuelo para que cortaran la segunda oreja al burel, justo cuando ya iba siendo arrastrado. En su actuación más de soberbia que de justicia, superado por lo realizado en el ruedo, hizo lo que debía hacer aunque a regañadientes. Pero en fin, así son las cosas del ser humano que decide sobre el éxito o el fracaso de los demás.
Pero vayamos a Miguel Ángel Perera al que vimos torear de nuevo como él solía hacerlo y esta vez con la plena madurez de una fruta en sazón. Contentos y alegres toda la concurrencia que le vimos en la gigantesca pantalla del «Iroko», un bar de Tordesillas que nos acoge con amabilidad y deferencia todos los días de corrida a un grupo de aficionados que se emociona, comenta e intercambia opiniones más o menos atinadas, pero llenas de amor por la fiesta de toros. Y es que seguir las corridas de Madrid por la televisión también es una forma de apreciar y gustar el toreo.
El cartel de auténtico lujo con El Juli y José María Manzanares y toros de Victoriano del Río, elegidos a moco de candil, bien presentados, cuajados, con trapío y edad, pero que, salvo el tercero aplaudido en el arrastre, no completaron un encierro de usía, antes bien todo lo contrario.
Miguel Ángel Perera, que volvió a encandilar a la afición con su faena de quietud y maneras, ha dado un golpe entre sus compañeros de oficio, porque ha sido esta tarde dueño y señor de Madrid, merecido triunfador capaz de descorrer los cerrojos de la puerta grande de las Ventas por primera vez en esta feria de San Isidro. Ojalá que se repita muchas más veces esta gesta de un torero por el bien de la Tauromaquia.
Foto: José SALVADOR/ archivo.
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