Reapareció en Arévalo el diestro Miguel Ángel Perera, tras su lesión por el percance de Alicante, haciendo terna con El Cid y Talavante en la corrida anual con motivo de las fiestas patronales de San Vitorino y aunque se le notó falto de rodaje y sitio, el diestro de Puebla del Prior quiso pero no pudo redondear la tarde, al cortar tan solo una oreja al «destacado» de Garcigrande que le tocó en suerte y recibir un aviso en el quinto casi de la noche de nombre «campanillero» que de salida se dio un topetazo tremendo y violento contra el burladero, dejándolo como distraído, afectado por el golpe, con una dificultad visual notable, cegato de un ojo o síntoma de burriciego.
Sin embargo, sus compañeros de terna Manuel Jesús El Cid y Alejandro Talavante salieron a hombros por la puerta grande del espectacular, cómodo y acogedor coso de la capital de la Moraña, tras cortar dos orejas en cada uno de su lote el sevillano y dos orejas el pacense ante el que cerraba corrida, tras una faena sobrada de torería, dominio, entrega y temple a la luz de los focos que hicieron tililar las lentejuelas y oros de su traje blanco y oro, brillando en la tarde noche arevalense.
Arévalo tiene un personaje en su seno que se llama Martín Perrino que ha sabido conectar con su propio pueblo, dando la feria patronal desde hace muchos años. Martín conoce a su pueblo perfectamente, está dotado de una afición desmedida por la fiesta de toros, trae un cartel de campanillas para conmemorar las fiestas patronales, el Ayuntamiento que preside Galicia Jaramillo también aporta lo suyo, lo que origina que el público responda y acuda a llenar la formidable y novísima plaza de Arévalo. Bien es verdad que estos tiempos en los que ahora mismo estamos, acuciados por la crisis económica, no permiten hacer mucho dispendio a las familias para acudir a la plaza de toros a presenciar los festejos. Sin embargo en esta ocasión la entrada que alcanzó los tres cuartos dejó alguna escalera del graderío del tendido de sol sin cubrir en su totalidad.
Y vamos al festejo en sí para recuerdo del lector.
Saltó, abriendo plaza, «desenvuelto«, un toro bizco del pitón izquierdo, noble como todos sus hermanos, pero de flojera evidente. Lástima de una chispa más de fuerza en la corrida de hoy. Hubiera sido de las de antología. Los animales de Domingo Hernández, el ganadero que se encontraba en uno de los burladeros del callejón, embestían con el hocico por el suelo, queriendo comerse las telas, sin un extraño, sin una mala mirada ni intención aviesa por coger al torero.
El Cid lo saluda con el capote y ante la flojera del animal pide el cambio con un picotazo. Brinda al público la muerte del toro y no se entrega como él nos tiene acostumbrado a la faena, abusando del extremo de la muleta. Cerró con manoletinas y tras cuadrar al toro, le propinó una estocada algo desprendida. Precisó además un golpe de descabello para mandar al desolladero al de Garcigrande, mientras los pañuelos pedían la oreja que le fue concedida por un Presidente más generoso que cicatero durante toda la tarde. Cortaría otra oreja en el cuarto, un toro que repetía y repetía como si de carretón se tratara. Hubo momentos en que Manuel Jesús «El Cid» abusando de su faena se vio envuelto en cierto achuchón que no fue a más por la nobleza del ejemplar. Pinchó sin soltar, antes de agarrar la estocada que atronó al animal, siendo recompensado con otra oreja que paseó ufano alrededor del anillo.
Miguel Ángel Perera aún le falta rodaje. Es difícil meterse de nuevo en el circuito de ir y venir, torear hoy y mañana, una y otra vez y recuperar la estupenda forma que tenía antes del percance de Alicante. Pero las cosas son así y no hay que darlo más vueltas. Paciencia y fe en lo que uno hace en lugar de dirigirse al público que le recriminaba las dificultades del «campanillero» y le pedía que lo matara sin más alharacas. Perera pechó con un «destacado«, bravo y con clase, pero muy flojito, al que cuidó y mimó en todos y cada uno de lances de capote y pases de muleta. Perera fue la suavidad de la caricia en su variada faena, sobre todo con unos pases dados con los pies juntos, en quietud asombrosa. El toro, pitado en el arrastre, fue despachado con una estocada trasera y tendida, pero que no fue óbice para recibir la oreja del ejemplar.
Y llegó Alejandro Talavante. Si ya había mostrado su credencial de torero dispuesto, entregado y con ganas en su primero, un «alabastro» bravo que dio un susto al subalterno Fernando Plaza, al ser arrollado junto a la barrera, sin consecuencias, tras tirar Talavante en la cara su capote, para no ser cogido en el arreón del de Garcigrande, fue en el toro que cerraba tarde y corrida donde mostró las excelencias de su toreo. Variado, con cites embarcando a la res, que codiciosa seguía el engaño que le mostraba el diestro, dominador siempre, haciendo girar al toro alrededor de su talle como su fuera un perrillo atado a un árbol por una cuerda invisible, misteriosa, de temple y armonía. Pese a pinchar antes de lograr la estocada algo desprendida, la Presidencia le otorgó las dos orejas.
Al final del festejo, tanto el Cid como Talavante salieron a hombros de la plaza, por la puerta grande, entre las aclamaciones de los arevalenses que acudieron a darles la enhorabuena y aplaudirles de verdad.
En resumen, una entretenida corrida de toros la vista hoy en Arévalo que lidió seis toros nobles y bravos, pero con poca fuerza, de Garcigrande y Domingo Hernández, en tarde algo ventosa, ante tres cuartos del aforo que aplaudió, merendó con ganas y vio la llegada del atardecer en la hospitalaria localidad de la Moraña, a la luz de los focos de la plaza que se encendieron durante la lidia del quinto toro. Y en una barrera el Presidente de las Cortes de Castilla y León, José Manuel Fernández Santiago, acompañado de Vidal Galicia el alcalde, que aplaudió, pidió orejas como uno más y se lo pasó estupendamente en Arévalo.
Fotos: José Fermín Rodríguez.
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