La tierra de Valladolid tan pródiga en dar gente del toro al circuito de elegidos que dedican su vida y su esfuerzo a la causa de la fiesta, cuenta en varias de sus localidades con personas que se visten de oro a caballo de un equino de picar y completan las cuadrillas de profesionales que los toreros llevan a su cargo.
Ser picador de toros hoy parece que está como mal visto, a juzgar por el trato que reciben en las plazas en donde actúan. Parece como si la salida del picador desde el patio de caballos para realizar la suerte imprescindible de picar los toros estuviera proscrita, fuera mal vista, al rechazarse con muestras ostensibles de reprobación, a juzgar por los silbidos y el poco afecto que se tributa a los jinetes de la lidia. Tal vez sin saber que ellos son fundamento y reducto de la prueba de bravura de un toro de lidia.
La suerte de varas cada vez menos tenida en cuenta por el público festivo que acude a los toros está prácticamente en trance de desaparición por aquello de tan solo dar importancia a la faena de muleta de los diestros toreros. Una lástima, un picotazo y a otra cosa, mariposa.
En Valladolid se cuenta con algunos varilargueros de alta escuela, de generosa actitud y de hombría de bien, conocedores de su oficio, practicado y llevado a uno de los mejores momentos que todavía pueden verse cuando la suerte de varas o de picar se hace con toda la belleza, singularidad, exposición y gracia que en sí misma atesora. Ahí están Pedro Iturralde y Rafael Agudo, dos toreros de excepcional habilidad, profesionalidad y dedicación que han picado toros y han obtenido premios importantes en la suerte de varas hecha en Madrid, la catedral del toreo. Y sin olvidar a Titi Agudo y Javier Bastida, los dos más jóvenes en incorporarse a esta profesión de picador de toros.
Los cuatro conforman un póker de caballeros toreros dignos de resaltar y reconocer. No en balde, los mejores diestros del escalafón los han tenido en sus filas o les llaman para que conformen la cuadrilla en una tarde de toros.
Ellos se enfundan sus chaquetillas, se calzan la mona y con ese sonido metálico característico de la bota al desplazarse andando, en su choque metálico protector de la pierna, acuden con su caballo a realizar la suerte de picar.
Pedro Iturralde, el decano de los picadores vallisoletanos en activo, entró en este mundo de la mano de su padre desaparecido, enamorado de los toros y de la información, y ahí sigue batallando temporada a temporada con los grandes del toreo.
A los hermanos Agudo, hijos de Rafa el mayoral de la ganadería de Gamazo en Boecillo, en donde han nacido y han recibido su afición entregada los he conocido prácticamente cuando empezaban a dar sus primeros pasos en esto, al acceder a la ganadería vallisoletana del Raso de Portillo con el añorado ganadero desaparecido Íñigo Gamazo. Su evolución es palpable, su fortaleza, sus ganas, su afición y su entrega a la profesión de picador de toros.
Y el último en incorporarse a la profesión, no por ellos menos dedicado, Javier Bastida, el picador de Tordesillas que siempre tiene una sonrisa afectuosa y entrena y se prepara en la finca Corredero que lleva su nombre, allá en la Almendrera de los llanos de la Peña. Javi Bastida a quien he visto desde niño empezar en esta tarea como picador de toros sigue manteniendo la ilusión intacta por una fiesta que llena su vida cada día.
Ellos, los picadores, son el crisol imprescindible en la prueba de bravura a un toro de lidia y por tanto merecen el respeto, la admiración y el reconocimiento de los aficionados. Desde aquí yo les tributo mi aplauso.
FOTO: José FERMÍN Rodríguez
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