La corrida estrella de la feria de Santander brilló gracias a un sol torero que tiene el oficio, la gracia, el poderío y el conocimiento, poniendo a favor a tirios y troyanos en una tarde en la que quedó sobradamente demostrado el don y el saber ante las astas de un toro del diestro madrileño Julián López El Juli. Especialmente ante el duro, bronco y complicado cuarto de nombre «apreciado», de Domingo Hernández, al que sometió, paró, templó y mandó, sacándole una faena inverosímil y logrando que el tendido lo aclamara merecidamente. No alcanzó el premio de las dos orejas, aunque el público se las pidió con fuerza, porque lo pinchó trasero y precisó además de un golpe de descabello. Pero la meritoria faena realizada ya queda grabada en los anales del coso de Cuatrocaminos.
Ante el que abrió plaza, al que Juli daba tiempo entre serie y serie para que recuperara algo de resuello el animal, de nombre «pocapena», un ejemplar noble como casi todo el encierro de Garcigrande, se mostró firme y dominador en todo momento. Tanto que pareció haberlo amaestrado como un perrillo, pues iba y venía sin hacer ni un extraño. Tras pinchar le dieron un aviso y acto seguido logró la estocada y la petición de oreja que le fue concedida en una generosidad más que contrastada por una afición que le importa más el triunfo de los toreros que el mérito y esfuerzo para conseguirlo.
Perera en el segundo, de nombre «borrachín», brindado al respetable, como hiciera después en el quinto que desorejó planteó una faena de quietud y arrimo en ambos. En el quinto, había pareado Javier Ambel con dos pares de banderillas soberanos aplaudidos y el de Puebla del Prior vuelta a ofrecer su faena a la concurrencia, que fue poderosa y en un palmo de terreno, con quietud pasmosa, zapatillas juntas y haciendo girar al toro alrededor de su talle de forma prodigiosa. Solo la estocada caída le privó de la puerta grande esta tarde porque la verdad es que el público pidió la segunda oreja, pero el Presidente en esta ocasión Juan Bautista Calahorra no consideró oportuna la concesión y el tiro de arrastre se llevó al desolladero a «pomposo» entre los aplausos del público.
Y cerró terna Andrés Roca Rey, reapareciendo tras la cogida en Pamplona. En su primero estuvo con el sitio perdido, indeciso, vulgar y sin fe. Parecía como si el temple se hubiera ido del ánimo del peruano; y eso que dejó crudo en varas al colorado chorreado en verdugo.
Con el sexto, un «pillero» de Domingo Hernández el de más peso del encierro, el cielo se cubrió de nubes como una premonición. Y Andrés se fue en silencio, como vino. Al ver la pérdida de forma y la dificultad, me salió del alma la petición: «¡Ponte bueno, torero, que la Fiesta te necesita!».
Y otra cosa, todos los toros recibieron tan solo una varita. Se ve que la moda del arte está desterrando el porqué y la razón de la bravura, no de la docilidad manifiesta. Si a eso se añade los silbidos a los picadores cuando pican al toro, aparece la conclusión lógica y preguntarse si esta suerte está en trance de desaparición.
foto: José FERMÍN Rodríguez
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