
Que la poesía rinde sus requiebros y amores a la Tauromaquia es un hecho indudable a poco que se busque y se analicen las creaciones de la más diversa índole que se publican y dicen cada día. En esto, como en todo, por aquello de que contra los valores afectivos no valen razones, la palabra compuesta en un verso más o menos libre, mejor o peor hilado, siempre trae el recuerdo emocional de un fugaz instante de belleza que significó algo para quien decidió escribirlo en un poema, un verso, unas líneas captoras del instante poético.
Hace unos días en México, Padilla indultó un toro tras una faena aclamada y brillante. Y una persona que estuvo allí presente y lo vio, Gonzalo Ramos, compuso estas estrofas que a unos dirán mucho y a otros, poco o nada.
El toro se llamaba «sonajero».
“Así, se llega a la gloria. Así, . . . se forja la historia.”
Hierro de Villa Carmela,
un regalo que se anhela,
conjunción de toro y arte,
más la Virgen, . . . consagrarte.
¡Anda, torero pirata,
es la plaza . . . tu fragata!,
¡anda, torero pirata,
anda, la pasión desata!
De Jerez de la Frontera,
de Cádiz, tierra señera,
vino a México un “ciclón”,
de pundonor y tesón.
Viajero que, desde España,
ya presagiaba su hazaña,
firme sueño de torero,
indultar a “Sonajero”.
La tauromaquia, con tiento,
dos mil catorce, en el tiempo,
día dieciséis de noviembre,
en el recuerdo, se siembre.
Expectación en la arena,
esperando gran faena,
vestido color grosella,
cordonería negra, bella.
Audaz, Juan José Padilla,
se posa sobre rodillas,
amplias, cambiadas, las suertes,
semblante, gestos inertes.
Arrebolera, brionesa,
capotera su entereza;
breve puya, mucho tacto,
en la decisión, . . . exacto.
Alfileres andaluces,
banderillas, que son luces,
una diana en las alturas,
que dignifica figuras.
Brindis grato, a la afición,
entregando el corazón,
montera machos abajo,
mala suerte pa’l carajo.
Toma el coso por asalto,
primero, pases en lo alto,
¡que diestro tan encendido,
mirando justo al tendido!
Vitolinas, circulares,
hubo templanza a raudales,
lances de pecho alargados,
derechazos bien calados.
Uno que otro, terso adorno,
la muleta va en redondo,
con pies muy juntos, osado,
pinturero, reposado.
Naturales ajustados,
los asistentes pasmados,
grito, alarido sincero,
¡torero, venga, torero!
Un final de molinetes,
aplausos, mil ramilletes,
caricia al testuz del toro,
el teléfono, . . . el azoro.
¿Qué decir del noble astado?,
magno, muy fijo, encastado,
¡recorrido y calidad,
obediente, con bondad!
Por la lidia, enaltecida,
“La México”, enloquecida,
pañuelos blancos ondeando,
el perdón salió ganando.
Padilla, puño de tierra,
un beso que amor encierra,
la lágrima se le escapa,
recordando Ayotzinapa.
Vuelta al ruedo, acompasada,
Banda, música afamada,
que buen tino de Herrerías,
excelsas promotorías.
Cornúpeta, a los corrales,
a curarlo de sus males,
hay que perpetuar la especie,
que su estirpe, más, se aprecie.
El hidalgo emocionado,
en hombros salió cargado,
su quijotesca figura,
fue creciendo, en estatura.
Alejandro, el ganadero,
sintió un cielo, verdadero,
es Arena Torres Landa,
jaliciense herencia, manda.
Una divisa en la cumbre,
ojalá se haga costumbre,
corsaria bandera negra,
el público, así, se alegra.
Juez de Plaza, justiciero,
ha indultado a “Sonajero”,
regresará, por las vacas,
a estepas afrodisiacas.
Como el lector puede apreciar, la sencillez en el relato es extremada. Hecho por un hombre de carne y hueso, más sentimental que racional.
Por tanto, la poesía de los toros, más que en los toros, es una bella manifestación cultural de las personas. Quizás consciente de ello, el Aula de Cultura La Venencia de Santander puso en circulación un voluminoso libro donde recoge nada más y nada menos que 486 poesías de 328 poetas españoles y seis nacionalizados españoles con el título de «El siglo de oro de la poesía taurina», 900 páginas con los mejores escritos poéticos del siglo XX recopilados por Salvador Arias. Y como recuerda Gerardo Diego: » Toda la vida es casi y es apenas. /Todo el bosque- tan claro- suelo olivo/. Y miramos atrás por las arenas/del ruedo eterno el tiempo redivivo».
Hoy con este apenas lo fugitivo de lo vivido en la belleza del lance, pues el toreo es imagen de la vida misma, hacemos un hueco a la palabra poética, tan unida y sentimentalmente pegada a la fiesta de toros.
Foto: Diario Montañés/David Carrera
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