El cartelón que estaba colocado ayer en Alicante prohibiendo la filmación del festejo en el que participaba el torero José Tomás ha causado cierto revuelo entre muchos aficionados. Partiendo del hecho que, hoy día, tal y como están las redes de comunicación y que con un simple teléfono se puede emitir cualquier imagen en cualquier momento y desde cualquier lugar, más parece la prohibición querer introducir toda el agua del mar en un agujero hecho en la playa, como el niño que se encontró san Agustín cuando este intentaba escudriñar, interpretar y desvelar el misterio de la Santísima Trinidad. Un imposible totalmente.
No obstante todos ya nos vamos acostumbrando a estos anuncios de prohibiciones y cortapisas bien sea como en este caso de un torero o con el palo y la zanahoria de la sanción publicadas en el boletín oficial del estado: Prohibir por prohibir, porque diría un castizo, «me sale de los huevos». Y la gente más acostumbrada de lo que creemos a adoptar en su propia vida estas decisiones sean como sean y vengan de quien vengan, pacífica y sin protesta ni queja alguna, asume como suya la prohibición.
Es verdad que a todos cuantos accedemos a la información periodística en la modalidad de acreditación para ejercerla en un festejo de toros, cuando se trataba de José Tomás, nos hacen firmar un papel de conformidad en el que todos aceptan y se comprometen a no grabar ni emitir ni una sola imagen de la corrida en la que interviene. (Así nos sucedió en la última comparecencia cuando el de Galapagar vino por Valladolid). Y claro, para evitar que vuele el pase, se firmaba el documento.
Hoy día con las redes sociales es imposible poner puertas al campo. Por tanto sobran estos avisos como si la imagen de un personaje público fuera exclusivamente de él y no de cuantos le siguen, le adoran, le aplauden, le ovacionan… En este caso del torero, él en su decisión ha querido no ofrecer entrevistas y actuaciones en directo a la televisión, medio que hoy día ejerce de fuerte contraste en la difusión y está en su derecho. Pero una corrida de toros, por muy principal personaje que sea el protagonista, está muy por encima del ídolo, del mandamás, del apreciado, del deseado torero que todos quisieran ver torear.
José Tomás en su grandeza está más que equivocado con prohibir a sus seguidores que le graben las imágenes de su actuación. Un contradiós como suele llamarse, una acción absurda. En fin, así está esto y así está la cosa, mejorando por momentos la razón de existencia, apoyo y continuidad de la Tauromaquia.
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