
Siempre que llega la hora de empezar la función de una corrida de toros, numerosos personajes de lo más variado, pero especialmente de quienes se dedican al conglomerado de la fama, especia efímera e indigesta en la vida de las personas, asisten a ese sitio privilegiado en donde pueden verse los toros sin que ninguna cocorota ni cabeza del de adelante te pueda molestar. En el callejón se oyen los bufidos del toro, se palpa el miedo y la responsabilidad de los toreros, se les oye quejarse, gritar, animarse, ir y venir… En una palabra se es también un poco más partícipe en todos aquellos momentos formidables que tiene la lidia.
Desde hace algún tiempo futbolistas, personajes famosos del cine, de la sociedad, de la televisión se acercan a las plazas junto a los políticos de segunda fila porque los de primera se guardan excesivamente de acudir a las plazas por aquello de que no les señalen con el dedo y les critiquen por mostrar su apoyo decidido, claro y abierto por la fiesta de los toros. Tal ha venido sucediendo en los últimos años, especialmente en esos tiempos en que la crítica contra los toros arreciaba inmisericorde e intentaba quitar de en medio y de la vida de las personas la tan criticada y amada fiesta nacional.
Cuando se está en un callejón viendo una corrida de toros por deferencia de la empresa de turno, uno es y se considera un privilegiado, porque de esta manera no se pierde detalle de cuanto sucede en el ruedo. Y si además tienes al lado a personajes ganaderos, apoderados, compañeros que ponen, con concisión, sin alharacas ni excesivo verbalismo vocero, los puntos sobre las íes a la faena del diestro, suele servir de aprendizaje y enriquecimiento a quien luego tiene la función de contar y opinar acerca de cuanto se ha visto por el albero.

Ahora bien, esos personajes que también son aficionados y que encuentran el momento de los toros como una distracción más para su persona, atraen la atención del público en general o al menos a una buena parte de él. Ahí está el caso palmario de Madrid en San Isidro en donde espectadores ayudados por prismáticos o gemelos miran y remiran en los momentos de pausa a quienes se sientan en las barreras de sombra o entre el buen seguro de un burladero de callejón.
El precio de la fama es tal que sin él creemos que de poco servirían muchas actividades públicas. De ahí que los callejones sean medios en donde buscar acomodo, cumpliendo dos grandes objetivos, el primero ver en primera fila la faena, casi tocar al diestro y el segundo que te vean, te reconozcan y en cierta manera se despierte cierta envidiosa propaganda ante el común de los mortales, por aquello de significarse y de alcanzar renombre y fama que alimente aún más si cabe esa tarasca engullidora que significa para la vida humana salir del anonimato y su desenvolvimiento y ascender y auparse entre los demás.
En Castilla y León la presencia en los callejones de las plazas está regulado por una Orden que otorga a los Delegados territoriales la autorización para la permanencia de personas en dicho recinto durante la celebración de espectáculos taurinos. Y no se olvide nunca que el callejón es un espacio de seguridad para cuantos lo necesitan e intervienen en la lidia.
Foto: José Fermín Rodríguez
emilio morales jimenezE dice
El Callejón debe de estar libre para poder ponerse a salvo del salto del toro, bien corriendo, o bien
saltando a un burladero de callejón, pero estos siempre están ocupados por personajes que nada pintan ahí,
y los que trabajan para los toreros de la corrida lo pasan mal. No tienen donde cobijarse, y algunos mozos de
espadas, ya no están para dar saltos…la edad!!.
Es una moda de autorización política…