Así se expresaba Federico García Lorca, » ¡Que no quiero verla! /Dile a la luna que venga,/que no quiero ver la sangre/ de Ignacio sobre la arena. ¡Que no quiero verla! «en su poema «La sangre derramada» dentro de la fantástica alegoría de su llanto por el torero Ignacio Sánchez Mejías. Y sus palabras, leídas con el cariño, simpatía e interés que siempre he tenido al poeta granadino me han servido para ilustrar a este jaco de picador, caballo víctima sin gloria de otro tiempo, que es él y sólo él quien frena la acometida del toro.
Sí es verdad que está dirigido por la mano sabia del picador, el auténtico torero de otros tiempos, para colocar el puyazo que dé la medida de la acometividad, fuerza y bravura de la res, ahormándola y preparándola para el siguiente tercio, aunque al fin y a la postre es el jaco quien aguanta el golpetazo estoico.
El caballo, con los ojos tapados, para evitar su alboroto y huidizo piafar, que no escarbe y vaya recto al encuentro, no querría ver cómo se le vienen encima quinientos o seiscientos kilos en movimiento en un topetazo monumental. Ha sido capaz, por tanto el hombre, de acostumbrar al caballo a integrarse en las corridas de toros, realizando una suerte única, espectacular, importante y necesaria, pese a que algunas de las personas que asisten a los festejos dediquen sus silbidos y abucheos al caballero que a lomos del equino se dirige a practicar la suerte de picar, y no digamos cuando clava la puya en la pelota del toro e hinca con fuerza en su carne el acero de la puya.
Hay veces que en la plaza arde Troya y traen a cuento vociferantes gargantas a los progenitores del picador, sean vivos o estén muertos, sin pensar que en la tauromaquia esta suerte de picar era y tiene que seguir siendo una de las más bonitas del toreo.
Excelentes picadores, hombres toreros a caballo, practican con sus caballos la suerte de picar y ahí están los émulos de Cárdenas, aquel estupendo y aguerrido picador cuyas fotos picando en Madrid han hecho historia de la fotografía taurina. Y ahora, mi amigo Rafael Agudo, el hijo del mayoral de Raso Portillo que ganó el premio la temporada pasada por picar inmejorablemente a un toro de Cuadri en Madrid, está en la cresta de la ola, como también lo está Pedrito Iturralde, colocando sorprendentes y maravillosas varas a los toros que debe picar. Y entre los modernos, o mejor habría que decir jóvenes, el hijo de Jesús Bastida, Javier Bastida, que avanza a pasos agigantados en esta profesión, con monta profesional, afición y buen trabajo en el manejo de la puya.
Como puede verse, la gente del castoreño está también aquí presente, reconocida y ensalzada como lo merece.
Y mientras el caballo, a cencerros tapados- en esta ocasión a ojos…-encamina sus pasos hacia el albero para picar al toro en una tarde de corrida.
Ánimo, picadores, ajustaos la mona en la pierna, picad las espuelas y que no se pierda nunca esta suerte. De vosotros depende.
Foto: José Fermín Rodríguez.
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