Que la mano de San Roque ha sido tendida en esta tarde de toros pasada en Roa de Duero es más que indudable, innegable, a juzgar por el desarrollo de los acontecimientos, pues el santo del perro y de la calabaza ha bendecido la fiesta de toros en esta localidad burgalesa en la tarde de hoy. Y si ayer lo hizo la Asunción, hoy San Roque ha acogido bajo su tutela y amparo al ganadero Lorenzo Espioja, ¡qué novillada, Dios mío, la lidiada en el coso de la Cava!. Los seis ejemplares enviados por Espioja bravísimos, encastados, irreprochablemente presentados, duros, fuertes, nobles y todos los adjetivos que se quieran poner. Tanto que el pañuelo azul de la Presidencia asomó en dos ocasiones, para que se honrara con la vuelta al ruedo la bravura de los lidiados en segundo y en sexto lugar. Éste último, una perla, un pastel de dulce, un animal increíble, lidiado por Pablo Santana y que encima me lo brindó á mí, haciéndome partícipe de la emoción, del sentimiento, de la alegría y de la emotividad, «por seguirme siempre desde que empecé y haberme apoyado en todos los momentos y hablado tan bien de mí. Con mi afecto«, en palabras del torero vallisoletano que apodera Jorge Manrique.
Por eso la crónica de hoy es demasiado subjetiva ya que aún me embargan aquellos momentos vividos mientras Pablo toreaba, acariciaba, mecía la embestida del bravo ejemplar de Espioja que cerró corrida entre los gritos de ¡torero! ¡torero! del público y las lágrimas caídas en el callejón por su satisfecho padre Fidel Santana.
Pero, poco a poco seguro que salen los recuerdos para deleite del lector, en el orgullo de la fiesta más espectacular que tenemos y que es la de toros.
Por empezar de alguna manera decir que la plaza se cubrió en sus tres cuartas partes, con una solanera bullanguera, joven, animosa y entendida que fue la primera en aplaudir y reconocer los méritos de los toreros de esta tarde y de los toros bravos a que se enfrentaron, porque fue una auténtica corrida de toros. Y si no, ahí van los pesos que me facilitó mi amigo Ángel, el entusiasta de la peña rodense el Tinte que tanto apoya la fiesta de toros. 480 Kg.; 505 Kg; 490 kg; 495 Kg; 480Kg y 520 Kg. Y enfrente, tres chicos que quieren ser toreros y hoy lo han demostrado: Conchi Ríos, una oreja y aplausos; Rafael Cerro, dos orejas y aplausos, y Pablo Santana, una oreja y dos orejas en su lote.
Y que no me olvide de los comentarios de Jorge Manrique, el diestro apoderado de Santana; de Fidel, su padre que no aguantó la presión y se fue al burladero de picadores; el vino fresco del porrón que me ofreció Carlos Martín Santoyo; el sincero saludo y abrazo del Gengis Kam de las letras castellanas, Gonzalo Santonja; el fuerte apretón de manos de Lorenzo Espioja, padre y el afecto del subalterno medinense David Picón, hoy en la cuadrilla de Pablo Santana, junto a Suso y Mario Campillo que lidiaron soberanamente, y el picador Javi Bastida que picó en lo alto, echando el palo con gracia y acierto, ni de Mariano Jiménez, emocionado por el resultado de esta obra de la feria puesta en marcha en la localidad del Empecinado.
En fin, hechas la salvedades vayamos a lo que interesa que no es otra cosa que el análisis de la corrida.
Abrió plaza Conchi Ríos, una mujer valiente donde las haya, que puso todo de su parte para empezar el melón y repartir las tajadas de dulce y torería que atesora en sus manos. Siempre fue muy aplaudida por el público, tal vez por aquello del sexo débil y de la dificultad que entraña ser torero. Fue premiada con una oreja del primero de la tarde un toro de capa sarda con dos pitones que cabeceaba cuando era sometido. Muy aseada en su toreo, la muchacha recetó una estocada un poco caída pero que fue suficiente para mandar al desolladero al animal. En el cuarto, un bravo y noble ejemplar como todo el encierro de Espioja estuvo bien, pero falló a espadas al conseguir una estocada contraria, recibiendo en la suerte un golpe en la mano que le quedó marcado con un fuerte cardenal y un ris ras en el muslo que a poco más la desgracia. Todo quedó en un susto, y cuando los pañuelos estaban preparados para tremolar, el subalterno levanta al toro con el cachetero, con lo que se enfriaron los ánimos y solo se oyeron aplausos.
Conchi fue muy aplaudida y felicitada cuando daba la vuelta alrededor del anillo por grupos de chicos y chicas que se bajaron al ruedo para estrechar y besar a la guapa y valiente torera.
En segundo lugar actuó el extremeño Rafael Cerro, un novillero placeado, con oficio, valiente y entregado que recibió del segundo un topetazo en los adornos finales, al citar de frente por detrás, en la parte lumbar que le produjo fuertes dolores pero que no le impidieron continuar la lidia, tras despachar al ejemplar de una espectacular estocada, lograr las dos orejas, pasó a la enfermería en donde se le revisó por el equipo médico. Rafael toreó muy bien a sus dos ejemplares, uno de ellos premiado con el pañuelo azul y el otro aplaudido en el arrastre. Estuvo mejor en el segundo que en el quinto que brindó a su compañera Conchi Ríos, aunque en éste un quite por chicuelinas y la revolera de remate fueron muy ovacionadas. Rafael torea despacio, con colocación y oficio y es uno de los muchachos que hoy en Roa demostró que quiere y será torero.
Y llegó Pablo Santana, el ciclón de Alaejos, la personificación del buen gusto con una muleta en la mano. Pablo estuvo elegante, torero, inmenso en dos series con la mano izquierda en el que cerraba plaza. Tranquilo, entregado, gustándose, arqueando la cadera, vaciando la embestida de la res como mandan los cánones, sintiéndose torero y disfrutando él mismo de lo que estaba haciendo en esa plaza de Roa ante un público que se entregó a él en totalidad. No faltaron desplantes toreros, valientes, como si esta faena vista hoy en Roa hubiera sido una de las faenas con las que sueña por la noche este muchacho y que se ha hecho realidad. No importa que haya toreado poco esta temporada, él ha seguido con su preparación física y mental, toreando de salón, ejerciendo de torero desde la mañana a la noche, preocupándose por su forma y trayéndonos a todos hoy en Roa de Duero un recital, una sinfonía musical agradable, gratísima y llena de verdad rubricada con dos estocadas de antología, dignas ya de por sí y merecedoras de una oreja.
Pablo Santana nos ha hecho soñar en la emoción del toreo esta tarde en Roa, la tierra del Empecinado, hospitalaria, acogedora y amable que ha sido para nosotros un lugar de encuentro y amistad, torería y sabor. Y además me brindó a mí, que no lo merezco, el toro de su vida. Y eso sí que nunca lo olvidaré.
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