Ese dicho taurino, mejor o peor recogido en su expresión, llega a todos cuantos se dedican de una u otra forma a la actividad del toreo, por cuanto durante esas fechas alrededor del 15 de agosto se supone son las de mayor actividad taurina en España, junto a las agrupadas y completadas en torno al 8 de septiembre. Son dos fechas claves de la temporada, tanto es así que siempre se ha considerado el símil que si un torero no estaba contratado para actuar en ese día, en poco o en nada se tenía su figura.
Llega un año más Nuestra Señora de Agosto, el diagosto, la fecha aojada, marcada en el calendario de la vida, cuando por conmemorar la fiesta de la Asunción de Santa María se corren toros por tantos y tantos pueblos de la geografía. Rompe la fiesta y, como expresión afortunada y real de una época pronunciada por un Alcalde: «Una fiesta sin toros es una fiesta muerta«, es el momento de diversión, acogida y lance. Y en consonancia la del médico curandero de apestados, santo del perro y la calabaza, San Roque.
Es verdad que en algunos libros antiguos hemos visto cómo los Consistorios municipales acordaban y trasladaban las fiestas de agosto al cercano septiembre, especialmente en todos aquellos pueblos agrícolas de Castilla, «porque en agosto algunos rexidores, vecinos y forasteros no asisten a las funciones por ser tiempo caluroso y estar en la fuerza de recoger los granos….». De ahí la unidad y conjunción de ambas fechas en una misma actividad, los toros.
Por lo tanto Agosto, octavo mes del año, cuando más arrecia la canícula es hora de acogerse al sagrado de aquellos pueblos que celebran sus fiestas patronales en honor de estos dos santos más toreros, la Virgen y San Roque, la pareja celestial que guía y protege, remienda y cura, conforta y alegra, canta y baila entre un lance de nubes para tantas y tantas gentes de España.
Han llegado la Virgen y San Roque y unos, los toreros de fortuna aupados en una talanquera llamarán y citarán al toro que corre por las calles y plazas, otros correrán a su lado rozándolas apenas las astas negras y afiladas, quienes armados de capote y muleta soñarán verónicas y naturales de faenas profundas, hondas y entregadas en cualquier de los cosos a donde han ido vestidos de luz y color en una tarde de toros impagable, de gratísimo recuerdo y emoción incontenida.
Por eso a esos hombres y mujeres dedicados al toreo, hoy les brindamos un homenaje uniendo en su actividad taurina la raíz propia de unas gentes que les quiere agradecer y aplaudir por desarrollar una singular actitud que les absorbe su vida.
La entraña propia de muchos pueblos hace del juego eterno del hombre con el toro la guinda de un pastel horneado para diversión y entretenimiento jocoso, alegría y encuentro con la raíz de un pasado heredado de nuestros mayores y profundamente incluido en el ayer, hoy igual que ayer, como ayer, siempre, aunque haya prosélitos que no lo comprendan.
Fotos: J. Fermín Rodríguez/ Ángela Duque
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