Una de las actividades más necesarias para que el diestro torero pueda practicar su arte ante el público en la plaza está protagonizada por los operarios que, rastrillo en mano, adecentan el ruedo entre toro y toro, alisan la superficie y procuran que las irregularidades del piso queden de tal forma que no sea un obstáculo o impedimento para que todo se lleve a cabo con normalidad. Comúnmente llamados areneros llevan un rastrillo de madera que en esta fotografía aparecen reposando en el callejón hasta que el matador culmine la faena y se proceda al arrastre del cuerpo de la res. En ese caso será cuando los operarios cojan los mismos y pulan el pavimento de arena, adecenten el piso de la plaza, quitando agujeros, recogiendo despojos y restos de la lidia, una vez que las mulillas han llevado al desolladero al toro.
Uno de ellos está encargado de pintar con cal los círculos concéntricos del ruedo para delimitar los adentros, el tercio y los medios y fijar la señal para que el picador realice la suerte en el lugar que le corresponde. A veces esta labor, realizada por individuos que corren como galgos, empujando el carretillo que va dejando la señal circular con la cal, sirve de jolgorio a los espectadores que animan con gritos al personaje en su alocada carrera. Tal sucede en la plaza de Valladolid donde el encargado de marcar las líneas, Jesús se llama, echa a correr empujando el carrito y cuando termina, saluda a la concurrencia quitándose la gorrilla que le sirve de atavío, recogiendo la ovación como si de un torero triunfador se tratara, pues es el momento de agradecer una labor y un esfuerzo. Él mismo ha hecho ley una costumbre que, año tras año, viene sucediendo en el coso del paseo de Zorrilla, a la mitad de la corrida, antes de la lidia del cuarto toro.
(En el contenido de esta misma web puede buscar el curioso cuanto acabamos de decir con la fotografía del personaje).
Los areneros de la plaza son imprescindibles en la corrida, lo que nos da idea de tantas y tantas personas y menesteres que se precisan para la organización de un festejo taurino. A todos ellos les puede la afición, el gusto por los toros y la participación a su modo en el gran espectáculo taurino. Por citar dos ejemplos que me han causado cierto interés referiré dos areneros a quienes conozco y cuyo cometido se desarrolló y aún se desarrolla, uno en la plaza de Madrid, y otro en la de Palencia. El de las Ventas es bien conocido pues incluso ha llegado a ser protagonista de películas y fotogramas por sus características patillas. Se trata ni más ni menos que de César Palacios quien expone sus dibujos en el periódico de Taurodelta. De plumilla ágil y suelta, toma los apuntes durante el festejo y recuerda que fue muchos años arenero de las Ventas, ataviado con la casaca verde y los puños y cuello rojos, pero que ahora a su edad ya más provecta se sienta junto a sus compañeros areneros y en vez de coger la rastra , exclusivamente sólo el bloc y su plumilla conforman los instrumentos de trabajo.
El otro es un fuerte y panzudo arenero que ejerce en Palencia con una agilidad y buen hacer envidiables, rastrillo en mano. Pese al volumen corpóreo que muestra, su peso no le impide practicar su función y, una vez realizada, echa al hombro el rastrillo con gracia y se retira a su localidad, seguido por la cuadrilla de compañeros.
Son los areneros hombres dedicados al menester sencillo de tener y presentar el ruedo en buenas condiciones para la práctica del toreo. Ellos salen vestidos para la ocasión y ceremoniosamente desfilan al final del paseíllo, en buena orden y concierto con sus rastrillos de madera al hombro, tras el tiro de mulillas y los del arrastre. Su trabajo es digno de reconocimiento y muy de agradecer, pues también tienen su protagonismo.
Ahora con la temporada acabada, estas herramientas descansan de su ris ras acompasado de ida y venida en el suelo de una plaza de toros, pero no así en nuestro recuerdo.
Fotos: Fermín Rodríguez
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