Esta mañana de domingo, desde la Plaza de Cuatrocaminos en Santander se ha elevado una oración por el eterno descanso de Iván Fandiño, en una ceremonia litúrgica oficiada por el capellán del coso taurino. Ahora que corren mares de tinta tras su trágica cornada en Air-Sur-l’Adour, muchas veces enturbiados por el morbo y la polémica, por la falta de respeto que se tiene hacia quien ya no vive para contarlo, el Consejo de Administración de la Plaza, con buen criterio decidió abrir las puertas para rezar y meditar.
Sobrecogidos por el silencio mientras el chirrido de alguna gaviota sobrevolaba el suelo ceniciento del coso emblemático de Cantabria y el sol brillaba en esplendor llevando la brisa de la mañana, la oración de los aficionados santanderinos ha sido hecha para recordar la labor de un héroe que, como otros compañeros anteriores, ofrecieron su propia vida ante las astas de un toro por una vocación, por una profesión más digna y radiantemente emocional que ninguna, pidiendo por su eterno descanso, y la acogida junto al Padre Eterno de su alma inmortal.
Santander estuvo muy unida a la torería de Iván Fandiño, el diestro de Orduña, valiente y abnegado. Y en aquel parte facultativo del doctor Mathieu Poirier que lo atendió, queda aquella cariñosa «posdata» a modo de carta para la familia: «Fandiño era un gran matador, un maestro y un hombre de corazón que se ha marchado demasiado pronto cogido por su pasión, el toro… Suerte».
En el patio de cuadrillas, junto a los emblemas de los hierros ganaderos, una frase que nunca podemos olvidar como tampoco lo ha hecho un puñado de creyentes, seguidores de Fandiño que acudieron esta mañana a su escenario.
Fotografía: RAFAEL MUÑOZ/ Plaza de Toros de Santander

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