Sigue la polémica, especialmente por las redes sociales, ante la actitud reivindicativa de varios aficionados a los toros que se sitúan en el tendido 7 de la plaza de las Ventas por sus actitudes vociferantes, exigentes, de protesta abierta y clara ante la presencia y conformación de las reses, así como ante las disposiciones toreras de los matadores que intervienen en la lidia y sin olvidar a la mercantil que fija los precios de las entradas.
Todos ellos reconocen que el torero se la juega. Su integridad física, el daño, la cornada e incluso la misma vida. Todo eso está en juego en el albero cuando el diestro se enfrenta al toro.
Otra parte, la mayoría silenciosa, bondadosa, amigable, de la plaza en ocasiones, estalla en contra de estas acciones que silban, protestan y achuchan la personalidad del torero y en más de una ocasión, sobre todo el otro día en la última corrida cuando Roca Rey recibió gritos de la plaza llamándole: «¡torero, torero!», ensalzando una faena de riesgo ocupando el terreno del toro y citando a pitón contrario, frente a un enemigo nada fácil, jugándosela en una entrega singular y decidida del peruano. Pero, por cierto, nadie recuerda una serie completa de temple y dominio en aquella faena que además no rubricó como mandan los cánones con los aceros.
No hay que olvidar que los protagonistas son «matadores de toros» y la suerte suprema, por eso se llama así, es la rúbrica final, la firma del documental contrato de poderío y riesgo que se entabla entre un hombre vestido de luces y una res brava. Si la espada no acaba debidamente en el hoyo de las agujas, la perfección no existe en la faena, por muchos olés merecidos que haya tenido.
En fin. La polémica está servida. Sin embargo creo personalmente que esas personas que ocupan el tendido 7 de Madrid son los viejos guardianes de una tradición señera y especial de la fiesta de toros con pureza, dignidad, rigor y categoría de una plaza que no debe perder la calidad y proyección que ostenta en el mundo del toro. Seguro que también tienen en sí mismos errores, pues la personalidad humana los tiene y deberíamos todos reconocerlos. Ellos son un grupo que si no estuviera en el graderío de Madrid, habría que inventarlo más que nada por el bien y la grandeza de la fiesta y el renombre de una plaza que todavía quiere conservar la dignidad de sus premios.
Foto: Andrew Moore
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