Una de las poblaciones vallisoletanas que más se significa en la promoción taurina es, sin duda alguna, Medina de Rioseco. Su plaza de toros de El Carmen, histórica y merecedora de visita y contemplación sosegada, ha dado a la Tauromaquia vallisoletana personas dedicadas con fe y delicadeza a una actividad incardinada en lo más profundo del alma de tantos y tantos aficionados. Su coso se abre todos los sábados para que los muchachos, aspirantes a torero, practiquen su formación con capote y muleta, carretones de madera y viento, bajo la explicaciones y atenta mirada de sus mentores: Hoy Raúl Alonso, ayer Santiago Castro y más atrás Gumer Galván.
Es el octógono de Rioseco una plaza de ayer, llena de vitalidad e historia. No extraña que el Ayuntamiento cuide, proteja y adecente su edificación con integraciones patrimoniales, atenciones técnicas y afectuoso cariño a un orgulloso y señorial edificio donde se han dado tantas y tantas tardes de gloria y promoción para la Fiesta de toros. Y si no, ahí está el recuerdo impreso en letras de molde del doctor Alberto Pîzarro en su taurología publicada que lo relata con encendida y clara pasión.
La vida taurina de Rioseco explosiona también en diversos actos que reúnen en el recinto de su Teatro de Comedias, el principal de la Ciudad de los Almirantes, o en el salón municipal del Ayuntamiento con charlas, conferencias, exposiciones, mesas redondas y opiniones de palabra que calan entre cuantos gustan y aprecian seguir las actividades de sus agrupaciones taurinas, una joven con pujanza y carácter y otra vieja, antigua, pero con poso de sabiduría.
Y para corroborar parte de cuanto hoy se expone, aquí está una fotografía que recoge los rostros de quienes marcaron el ayer y el hoy en la fiesta de toros: Un ganadero, tristemente desaparecido, noble, bueno y dedicado, Nicolás Fraile Martín, propietario que fue de la divisa de Valdefresno; un cineasta taurino, Juan José Márquez Alonso, el doctor cirujano vascular del Barco de Ávila que tanto brega con una Fundación benéfica por los desamparados. Un torero que colgó los trastos y se cortó la coleta, Leandro Marcos Vicente, en sazón de su vida, haciendo mutis por el foro, desengañado y triste, como dejó a cuantos aficionados le vimos doblar su cuerpo de junco ante las astas de un toro. Un torero, unido en vitalidad y entraña a Rioseco, Jorge Manrique Estébanez, que siempre cambió los terrenos canónicos en la suerte suprema por aquello de matar con la zurda y que dio grandes momentos y sigue aportando alegría, trabajo, sentido de la profesionalidad y dedicación pasional a una fiesta que le embebe y le ocupa. Y en el medio, dos políticos, uno de ellos de raza y pueblo como Artemio Domínguez González, alcalde de Rioseco, que tiene a su pueblo en el centro de atención y envidia sana. Y a su lado, el Delegado territorial de la Junta, Pablo Trillo-Figueroa, encargado de todos los asuntos taurinos que se celebran por la provincia de Valladolid al que le gusta la fiesta de toros y entiende de pases y quiebros como un avezado torero de sensatez. Y Berrocal, Justo, en justo movimiento, azotado por la vida, pero impertérrito y leal a sus principios, llevando una organización con serenidad y franqueza que ya quisieran para sí otras más cargadas de recursos y apoyos que la suya.
Rioseco, entraña del toreo por tierras de Valladolid, donde Ángel y Rafael Peralta merecen más que un recuerdo por su benéfica aportación y apoyo económico a los ancianos acogidos al sagrado de unas monjas de caridad durante tantos y tantos años; donde Manolo Sánchez tomó su alternativa como matador de toros de manos de Andrés Vázquez y El Regio y donde todas las figuras del ayer y un amplio catálogo de las de hoy han mecido alguna vez su capote en las arenas cálidas, históricas y veneradas allá por San Juan de Junio.
Por eso Rioseco es taurina, por eso es un ejemplo para todos y así lo anuncia el pardal por la calle de la Rúa.

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