No podía empezar mejor la Feria de San Agustín de Toro en la nueva y restaurada plaza, inaugurada el mes pasado. Lástima de público que tan sólo llenó medio aforo del coqueto, histórico y genuino coso de la ciudad de Doña Elvira para presenciar en directo una corrida de Adolfo Martín, de irreprochable presentación, trapío y seriedad, lidiada por Rafaelillo, ovación en ambos; Fernando Robleño, aplausos y dos orejas y Joselillo, ovación y una oreja en el que cerraba festejo. Al acabar el paseíllo se leyó un comunicado de apoyo a la fiesta de toros contra la decisión del parlamento catalán de prohibir la fiesta en aquella comunidad.
En el palco presidencial Rafael San José, el farmaceútico jubilado de Toro, extraordinario aficionado que realizó su función con justicia y sabiduría, midiendo los tiempos, actuando sin protagonismo alguno y dejando el palco de Toro en un lugar muy alto de la categoría taurina. ¡Cuánto debían aprender de él otros Presidentes!.
Lo primero que hay que decir, para ser justos, es la extraordinaria presencia de los toros cárdenos albaserradas de Adolfo Martín, uno de ellos, el segundo llamado «madroño» de 493 Kilos de romana, aplaudido en el arrastre con fuerza. También recibieron aplausos el corrido en quinto lugar, bautizado como «buscador» de 516 Kg. al que Robleño desorejó por partida doble y «baratillo», el sexto de la tarde. Pese a no haber sido picados con la ortodoxia que las reses merecieron, pues casi todos los puyazos fueron traseros, y corrigiendo la colocación de la puya, los picadores en general no supieron o no quisieron hacerlo con hondura, belleza y a ley, como se debe hacer la suerte de varas. Pero en fin, ahí estuvo el peligroso 3º de la tarde, de nombre «horquillero» distraído, más pendiente de mirar al tendido que a la muleta, una joya que echó la cara arriba y al que bastante tuvo el vallisoletano Joselillo con despachar de cuatro pinchazos y estocada muy caída.
Rafaelillo en su tono. Mejor en el primero, aunque tragó quina en algunos momentos, para mi gusto que en el segundo. Y mira que le dijo su apoderado Eduardo Dávila «toréale muy suave, sin forzarle«. Pero a medida que transcurrían los lances, el toro se fue apagando como una candela a la que se agota el aceite del lamparario. Lo despachó de media algo contraria y dos descabellos por lo que fue ovacionado.
Joselillo, mejor en el sexto que en el primero de su lote. Más entregado, con fe y queriendo hacer las cosas bien, ante un toro algo complicado que miraba la barriga del torero , con la cara alta, haciéndole sudar al diestro vallisoletano tinta china para acabar con él. Con el «baratillo» de 520 Kilos de cierre y que brindó al respetable estuvo torerísimo en algunos lances, valiente, exponiendo los muslos y rematando las series, pese al parón del toro. Una estocada tirándose al morrillo con verdad bastó para que le premiaran con la oreja del ejemplar.
Quien estuvo tremendamente torero, lidiador y entendiendo la embestida del animal fue Fernando Robleño en el segundo de su lote. Había estado mal en el segundo de la tarde, un «madroño» de casi media tonelada al que pinchó un par de veces, clavó la espada que hizo guardia en el animal y descabelló atronándolo de un golpe certero. Y se sacó la espina en el quinto, por aquello de no hay quinto malo. Un toro que de salida se volvió a la frescura del toril en dos ocasiones, con hocico de rata, y que restalló el burladero de cuadrillas atravesándole de un topetazo tremendo. Peleó bien en varas y tras parearlo los subalternos, le enjaretó una serie entregada por la derecha y otra por la izquierda que fueron jaleadas por el respetable que se dio cita en los tendidos. Se nota que Robleño conoce este encaste y a estos toros. A éste quinto lo entendió perfectamente y como un maestro enseña al alumno las reglas del aprendizaje, Robleño actuó de catedrático al sacar del toro toda la clase que atesoraba, practicando una faena inolvidable, llena de gracia, valor y entrega. Fenomenal, Fernando, formidable!. Y luego, tras cuadrar se tiró a matar como un cañón, logrando una estocada en todo lo alto, un pelín desprendida por poner un pero, que bastó para derribar al Adolfo sin puntilla. En los tendidos lo pañuelos, el griterío y el delirio reclamando las orejas para el diestro que le fueron concedidas, ganándose merecidamente la salida a hombros de la plaza.
Y ya en la calle, los comentarios entre los aficionados que hoy han estado disfrutando de toros y toreros en Toro, (¡qué prestigio de feria, enhorabuena a D. José Luis Prieto y al Ayuntamiento toresano, artífice de la misma!), quedando citados para el día de San Agustín en la corrida Goyesca programada.
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