Muchos años han tenido que pasar para que la Glorieta salmantina colgara el cartelillo de «No hay billetes» en el paramento del emblemático recinto taurino. Y lo ha hecho hoy domingo con una corrida en la que los tres espadas que han intervenido salieron a hombros entre aclamaciones.
Si el triunfo por número de orejas al final es casi lo de menos para un aficionado recto y cabal, de esos que conocen todos los entresijos que se mueven en la lidia de toros y en la organización de los festejos para ofrecer emoción, cada vez más escasa; precios asequibles, acción poco habitual e integridad del espectáculo en todas las suertes de la lidia, misión imposible.
El triunfo de los toreros por su labor artística es merecedor de aplauso y nunca de reproche. Ahora bien para entregar el arte de torear ante el público y que no se le olvide, debe prevalecer la chispa del riesgo, la emoción del temple y la acogida de una embestida de toro bravo entre las muñecas y el cuerpo de filigrana de un torero.
A mi juicio en esta feria de Salamanca donde ha habido numerosas historias para contar, en lo que la he seguido han sido tres cosas las destacadas sobre las demás, por aquello de permanecer en la retina de un aficionado: La embestida, raza y bravura de un toro de Galache llamado «chillón» ante el torero de Ledesma Domingo López Chaves; el lleno total en los tendidos esta tarde final de feria y la salida a hombros de la terna por la puerta grande de la plaza.
Como para decir por ahí que los toros no interesan a nadie.
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