Dicen las sagradas escrituras que cuando a Cristo, clavado en la cruz, le traspasó el costado el centurión con la lanza salió al instante sangre y agua. No podía dar más ya de sí que cuanto era y cuanto tenía.
Trasladar a la fiesta de toros esa dualidad de la sangre y del agua es ahora nuestro cometido. Aquella vida del bravo ejemplar, del torero, de todos los profesionales que intervienen en la lidia y ésta, el agua, que refresca, reconforta, quita el estropajo de la boca reseca por el calor y el miedo, cuando el sentimiento se hace propio, es la dualidad eterna del juego del hombre y el toro. Además cualquiera de los instrumentos usados como en este caso, el estoque y la puntilla manchada todavía con la sangre del ejemplar, puestos en la contera de la barrera para que el mozo de espadas recoja, limpie, lave, sanee y custudie hasta una próxima ocasión son el fiel reflejo de la dualidad profunda de todo espectáculo de toros donde la vida y la muerte se dan la mano cada tarde entre los sonidos de una música alegre y el colorido del vestido de fiesta.
El agua transparente, sosegadora, imprescindible para volver a la vida, blanca y especial como la luz, mientras la sangre roja, escarlata, oscurecida y oxidada al contacto del aire ha terminado de morir a la vista de todos y a renacer una vez más, un momento más, una tarde más, la esperanza, la conjunción del antes y del después, del grito y del aplauso, del fracaso y el triunfo, del ayer y el hoy… La botella, colocada junto a la puntilla y el estoque para ofrecerse también, mientras las piernas del torero aparecen en un difuminado segundo plano recogen también en su imagen algunas de las cosas profundas y eternas de la Tauromaquia, porque en esta actividad humana, artística y bella, también lo sencillo tiene cabida y sitio. Nada se da en balde, nada se hace por capricho. Todo tiene en sí mismo un significado, una liturgia, una explicación que merece la pena saber, conocer y explicar.
Muchas personas, más dadas a otros menesteres de manifestación y proyección de vida, no entienden ni entenderán nunca este simbolismo, porque no lo quieren como suyo, pese a tenerlo; lo han rechazado, lo desprecian, lo odian, lo escupen. Pero no tienen con qué llenar ese vacío existencial y ahí radica el problema y la solución.
Por todas estas cosas, para muchos la fiesta de toros es más que una fiesta, una ceremonia, un símbolo de especial significado, un momento de aprehender entre los dedos un instante del ser y del no ser, de sentir en uno mismo el milagro de la sangre y del agua.
La fiesta de toros lleva en sí misma la sangre y el agua, sin las cuales nada de esto existiría. El todo y la nada; y nosotros hemos querido manifestarlo una vez más con el pequeño símbolo de una botella con agua, una puntilla de cachetero con sangre y un estoque, apoyados, descansando tras el trasiego y función en la contera de las tablas de un callejón de cualquier coso taurino.
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