Santander celebra en el mes de julio cuando el calendario marca la festividad de Santiago, patrón de España y de aquí, como dicen los viejos de Ayllón, una feria taurina seguida con inusitada expectación por aficionados, medios de comunicación, profesionales y público en general que abarrotan todos los días los tendidos del coqueto, bien cuidado y profundamente taurino, recinto de Cuatro Caminos junto a la acogedora plaza de Méjico. Levantada para sustituir a la antigua plaza de Molnedo según un proyecto de Alfredo de la Escalera, hasta en el paramento de la coronación del graderío aparecen dibujados entre las columnas los hierros de las ganaderías con su divisa o escudo del siglo XIX, pues fue en 1890 tal y como señala un azulejo que corona el reloj de la plaza el año de apertura, lidiándose una corrida del Conde de la Patilla para Cara Ancha y Mazzantini. No faltan los nombres de los ganaderos de la época grabados en una arcada encima del palco presidencial. Las 11.000 localidades del aforo se abarrotan tarde tras tarde de feria, tal y como hemos comprobado personalmente en esta que está ahora mismo en su cénit de esplendor, dando las últimas boqueadas de logro, afición y cariño por el mundo de los toros.
Y ello no extraña pues ya desde las once de la mañana se permite el acceso a los aficionados que quieren contemplar el apartado de las reses a lidiar en la corrida del día a los corrales de la plaza. Unas persianas que dejan ver pero que no permiten ser vistos, cubren todos los huecos y ventanales que miran a las corraletas. De esta manera, los toros pueden ser contemplados desde arriba sin mayor trajín de idas y venidas que alteren el comportamiento de los animales.
Con puntualidad espartana, a las once en punto, un propio de la plaza da lectura al número y nombre del toro que se va a enchiquerar, tras el pertinente sorteo y enlotado llevado a cabo por el representante de los diestros. Tras pedir silencio al personal que a veces susurra en demasía, seguramente por aquello de la emoción, va diciendo nombre a nombre, los kilos de peso y la conformación de los toros que, uno a uno, van siendo enchiquerados en el recinto del silencio y de la oscuridad, habilitado para ello.
La Sociedad que explota el coso, Empresa Municipal Plaza de Toros de Santander, que preside Constantino Álvarez, dependiente del Ayuntamiento de Santander, realiza una labor encomiable, digna de aplauso y reconocimiento por el fomento que da a la fiesta de toros, la protección y consideración con los aficionados, el afecto y profesionalidad con que se trata a los toreros y cuantos intervienen en la lidia, mulilleros, porteros, corraleros, acomodadores, areneros… perfectamente uniformados, atentos para solventar cualquier problema o necesidad del público. Y Antonio Sáiz Arcilla, Presidente de la Federación de peñas taurinas de Cantabria que tanto está haciendo por esta feria santanderina. Su esfuerzo, voluntad y valores les ha llevado a ambos a ser premiados por la Real Federación taurina de España con el galardón al mérito taurino. Hay aquí un ejemplo, sin ir más lejos, de auténtica maestría para hacer bien las cosas: Conocimiento para plantearlas, coraje para resolverlas, estímulo para todos y voluntad para creer en la tauromaquia y en su futuro. Y sin olvidar la gestión pasada, cuyo poso dejó, del empresario de Salamanca Francisco Gil y quien dirigió la Comunidad, el Presidente Hormaechea.
Por eso aunque en el catálogo la plaza de Santander aparezca como de segunda categoría, sin embargo, la destreza, experiencia, condiciones y la afición por cuantos aportan su grano de arena para mejorar cada año bien podría estar catalogada como una de las plazas de primera categoría del panorama nacional. Con razón la llaman la feria del Norte. Y todo por sus propios méritos. En nombre de los aficionados ¡gracias!.
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