Por la que salió junto a Diego Ventura. A Sergio le valió la apertura de la puerta grande con todo el merecimiento su decisión, valentía y superación del riesgo frente a los dos astados de María Guiomar que le tocaron en suerte, uno de ellos de nombre «colombiano» que le achuchó de mala manera la cabalgadura contra las tablas en topetazo sonoro, pero el joven rejoneador de Peñaranda ni se perturbó en sus maneras ni en la lidia ni en la actuación. Llegó a desorejar por partida doble al sexto de la noche, pues eran las 10 y media cuando despachó con el rejón de muerte a «bailado» desatando la aclamación de los espectadores que pidieron el premio de las orejas concedidas por partida doble.
Sergio Pérez estuvo muy digno y valiente en toda su intervención, haciendo de tripas corazón en los momentos de duda y zozobra. Estuvo soberbio parando a «colombiano» en el mismo centro de la plaza y aunque su preparación aún no ha llegado al cénit de la suficiencia holgada, dio muestras de ser un diamante en bruto en el bello arte del rejoneo.
Su premio, tres orejas, le auparon al triunfo absoluto de la tarde y tuvo la satisfacción de salir izado a hombros junto al maestro Diego Ventura por la puerta grande del coso de la Moraña.
Dos orejas cortó Diego Ventura, una en cada uno de sus enemigos, uno llamado «colombiano» y otro «capeador». El primero mansote de libro y solemnidad que buscaba la huida y caso de haber estado un poco más delgado de peso, el brinco al callejón se hubiera producido, pues en varios instantes llegó a barbear las tablas, intentó templarle con la sabiduría y oficio que atesora el buen rejoneador que es Diego Ventura. Consintió la embestida y templó la misma con su caballo del mismo pelo que tenía «bronce», el fantástico sucesor de «dólar». Tras clavar un rejón de muerte recibió la oreja, el mismo trofeo que se repetiría frente al quinto, un «capeador» que trajo la lluvia y el movimiento en los tendidos, de tal forma que hasta los componentes de la banda se bajaron del tendido para cobijarse bajo el sotechado de la puerta grande desde donde siguieron interpretando el pasodoble.
Sergio Galán no tuvo su tarde, pues ante el primero llamado «relojero» no marcó ni los minutos ni el tiempo de su lidia ya que marró estrepitosamente con el rejón de muerte siendo silenciada su labor. Se sacó la espina en cierta manera en el cuarto de la tarde, un «botelho» que le permitió el lucimiento en algunos de sus compases. Tras rejonazo algo trasero echó pie a tierra y descabelló al primer intento recibiendo la oreja.
La tarde que se fue nublando poco a poco a medida que la noche echaba su manto de negrura y la tormenta amenazó las cabezas de los espectadores, algunos de los cuales hicieron fú como el gato buscando cobijo de techado para no mojarse. Otros prevenidos con paraguas paliaron la inconveniencia de la lluvia.
Los toros de María Guiomar Cortés de Moura, reglamentariamente despuntados para rejones, estuvieron bien presentados en hechuras y romana, pero su juego dejó bastante que desear en diversos momentos de la tarde por su mansedumbre. Y en casi tres cuartos de plaza se cubrió esta vez el tendido por los espectadores.
Fotos: José FERMÍN Rodríguez
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