En estos tiempos de tribulación pero llenos de esperanza por aquello de “en peores garitas hemos hecho guardia” muy frecuentemente, mucho más de lo que desearíamos, al presenciar festejos de toros, se ve cada vez más a menudo y se oye cómo los silbidos, gritos producidos por las mismas cuadrillas de toreros, en ocasiones a cencerros tapados, y en pueblecitos con meneo ostensible de brazos, piden, soliviantando al graderío más que otra cosa, la oreja para el torero.
Da igual que la plaza tenga mayor o menor categoría. El festejo transcurre y en el momento en que el animal dobla, si el diestro ha realizado una faena de fortuna o afortunada con estocada apañada y los pañuelos tremolan al aire pidiendo la oreja, subalternos del maestro silban con fuerza y se unen a la bulla del graderío para que el presidente, en evitación de broncas y gritos y recuerdos a sus antecesores, ordene la corta de las orejas del toro.
Ellos, en el albero, se tapan la cara para no incurrir en advertencia y multa reglamentaria, pero el sonido del silbido sale agudo, fuerte, deslavazado, irónico, peticionario, exigente y el griterío y zumba del ¡vamoooos! ¡eeehhh! ¡ vengaaa!, se entremezcla, tapándose con la mano o la esclavina del capote. Y así aunque unos sean pocos, como la baraúnda, alboroto y el guirigay es mucho, quien preside la corrida corta de raíz el escándalo sacando el pañuelo blanco y sometiéndose a la petición alborotada de la concurrencia. De esta manera, matadores que deberían haber saludado desde el tercio o, como mucho, dado la vuelta al ruedo , eran premiados con la oreja o las orejas del animal.
Bien es verdad que también he visto presidentes estoicos, que aguantan echar mano del pañuelo blanco ordenando el premio para el espada, por aquello de ser más cicatero que benevolente, pese a la cascada de silbidos e improperios interesados que caen en el aire de una plaza de toros e incluso llamando la atención al gesticulante peticionario de despojo.
En resumen, y por no cansar, más valdría a todos aquellos subalternos que gritan y vocean que recordaran a Cortines en su verso: “Aún no es la gloria todavía, aún es tiempo de reto y desafío, de burlar lujurioso la amenaza que busca la flaqueza en un descuido”.
Creo que, por ser de muy mal efecto, no deberían insistir en eso las airosas cuadrillas que visten trajes de seda y plata. Tal vez haya que disculparlos y entenderlos porque “Ni el general victorioso en cien fragosas batallas, ni el gladiador aclamado en las arenas romanas, más vítores escucharon y más cumplida alabanza que el diestro que al bravo toro en desigual lucha mata”. Su labor es impagable, más tras la liberación del miedo. Por eso ni necesitan enardecer al público ni silbar la oreja al Presidente.
Y en todo caso, “los profesionales deberán abstenerse de realizar cualquier tipo de manifestación externa dirigida a forzar la concesión de los trofeos previstos en este Reglamento”. Amén.
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