La cogida de ayer en Valencia a Juan José Padilla, una muesca más a marcar en el palo de la vida de este torero, bueno, abierto y entregado, estremeció a todos cuantos lo vieron en directo y sobrecogió aún más a quienes vimos por la televisión el instante, luego repetido, de los angustiosos momentos en que el cuarto toro de la tarde de Fuente Ymbro prendió y caló en las asaeteadas carnes del torero jerezano con gañafones terribles. El toro le propinó una cornada en la cara anterior externa del muslo derecho con dos trayectorias: Una transversa de unos 15 cm que perfora y sale por cara externa del muslo y otra ascendente de unos 20 cm que discurre entre músculos sartorio y recto anterior, lesionando fibras longitudinales del sartorio dejando íntegra la fascia lata y otra en tórax izquierdo que diseca el pectoral mayor sin lesionarlo, de unos 15 cm de longitud que llegó hasta región axilar; de pronóstico grave como explicaba el parte médico firmado por el doctor Cristóbal Zaragoza.
Pese a lo maltrecho del cuerpo, pese a la sangre derramada en el ruedo de la calle de Játiva, pese a las fuerzas que iban abandonándole y ajándole y palideciendo el rostro, Juan José Padilla tuvo el pundonor de terminar la faena, estoquear al ejemplar, recoger la oreja de premio y pasar por su pie a la enfermería no sin tranquilizar a todos con sus palabras y especialmente a su hija Paloma presente en el tendido de la plaza que le acompaña en las tardes de toros.
Estas acciones, tal vez rechinando rechazo en muchas personas de esta sociedad que cada vez más se ampara en la bondad, en la quietud, en la tranquilidad de una vida tocinillo de cielo, cuya realidad es otra cosa: Arrojo, valor, decadencia, empeño, sobreposición a la contrariedad, aguante, estoicismo, tragedia, sangre y muerte. Estas acciones de los toreros, digo, como la protagonizada por Juan Padilla ayer en Valencia, nos llevan a la realidad de la vida y por supuesto de la misma vocación y raíz de querer y ser torero: La tragedia que se cierne entre las astas de un toro bravo cada tarde, en cada instante, en cada corrida. Y el predominio de la superación y orgullo torero para concluir la obra con tintes de heroicidad dramática hace que esta profesión sea tan amada como odiada y rechazada pues en ella se ve y se siente la eterna dualidad del bien y el mal, la alegría y la tristeza, el triunfo y la tragedia, la vida y la muerte en una palabra.
Valor didáctico impagable el de Juan José Padilla a costa de su integridad, de su tranquilidad, de su existencia y también el ejemplo de todos sus compañeros, de todos cuantos una tarde se visten de luces para ejercer la profesión que les hace por encima de todo ser héroes y dar su propia vida creando arte y belleza para los demás.
Orgullo ayer en Valencia por el «ciclón de Jerez», un hombre ajado, maltrecho y cosido por cornadas pero que da el ejemplo de la integridad, pundonor y grandeza de ser torero hasta en la más extrema dificultad. Gracias, maestro, por enseñar el camino y póngase bueno.
Foto: ALBERTO DE JESÚS/ Mundotoro
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