La novillada con picadores que se integraba dentro del abono vallisoletano se celebró a Dios gracias con un calor de sofoco casi, casi menopáusico y, menos mal que con el último torete de José Luis Marca, un precioso jabonero, que se corrió en el festejo, el joven novillero salmantino Juan del Álamo dio muestras de su estado de gracia, con oficio, conocedor de lo que tenía enfrente y sabiendo en todo momento qué hacer. La lucidez es uno de los elementos fundamentales en esto del toreo como en lo de escribir, comentar, ver o fotografiar el instante mejor para destacar.
Habíamos visto a Juan del Álamo triunfar no hace tanto tiempo en el ciclo de las novilladas nocturnas de Valladolid, erigiéndose por méritos propios, por oficio, preparación, afición y gusto en el arte de torear y ahora lo vemos bastante más cuajado, hecho, asentado, mejor conocedor de los terrenos y dando sitio a los ejemplares que le tocaron en suerte tal como un toricantano próximo. Y gracias a su buen hacer en el último de la tarde al que cortó una merecida oreja el cierre de la novillada con picadores de abono no resultó tediosa, aburrida y sin demasiada sustancia, pese a las ganas puestas por quienes intervinieron en la lidia.
Seis ejemplares de José Luis Marca, flojos, con escasa fuerza, aunque nobles, fueron lidiados y muertos a estoque por Javier Herrero; Luis Miguel Casares y Juan del Álamo con un muy escaso bagaje general de solvencia, tal vez achacable al calor sofocante que más invitaba a estar en el sombrío de una ribera acogedora que en la plaza de toros, cuyas piedras castigadas por el sol quemaban la salva sea la parte de los espectadores que ocuparon algo menos de media plaza.
No es de extrañar que el personal se diera más a la gula, al llegar el tercer toro, que a seguir con atención el desarrollo de la lidia. Y así las viandas preparadas al efecto, las jugosas tortillas, el vino fresco, el pan lechuguino y el chorizo casero hicieron en algunos grupos casi, casi mesa de milanos por el gusto y la satisfacción de verlos comer, vecinos de nuestro sitio en la plaza de toros. Picadores picaban, areneros ofrecían y entre albal y albal un cacho y un trago reconfortante del vinillo aloque vallisoletano animaban un poco más la tediosa tarde de toros.
A Herrero el primero de la tarde le destrozó el traje en un rasgar seco, un ris rás con el cuerno que le dejó casi desarmado. Sin embargo, mostró ciertos recursos en su torería e hizo bien la suerte de matar, entrando derecho como una vela lo que le valió los aplausos del público. En su segundo sólo la intención y las ganas pero el novillo no daba más de sí con lo que despachó al marmolillo que le tocó en suerte recibiendo el silencio del personal.
Casares es un muchacho que está muy puesto con el capote, seguro y variado, y con la muleta realizó un par de series apañadas, y otras dos aceptables con la mano izquierda, intentó despenar al novillo entrando varias veces hasta conseguir una casi entera perpendicular. En su segundo, soso y descastado, desdijo aquello del dicho que «no hay quinto malo» y todos agradecimos que lo enviara al desolladero sin mayores tardanzas.
Juan del Álamo se erigió en el triunfador de la tarde por ser el que mejor toreo hizo. Recibió al primero de su lote con una larga de rodillas, pero el animal fue a menos a medida que avanzaba la lidia hasta quedarse prácticamente inútil y eso que su presencia era preciosa, proporcionada y con cuernos engatillados que daban la sensación de peligro. Nada más lejos de la realidad. Por eso cuando despachó de media algo atravesada recibió una ovación con saludos. Sin embargo sería en el sexto, un jabonero de capa veragüeña de las de viejas estampas taurinas, donde realizaría lo mejor de la tarde, entendiendo perfectamente al novillo, dándole el aire y la pausa necesaria para que se repusiera del esfuerzo. Logró un par de series inmejorables y, cuando le recetó la estocada, el público pidió la oreja que le fue concedida por Félix Feliz, el presidente, a quien asesoraba el buen aficionado «Cachichi».
Deja una respuesta