Lleno prácticamente en los tendidos de Valladolid para presenciar la corrida en honor del patrón San Pedro Regalado, con tres toreros de la élite y del seguimiento por el público pero con seis toros de Vellosino desrazados y faltos de fuerza en general, aunque nobles. De la terna solo Sebastián Castella abrió merecidamente la puerta grande con dos faenas siempre por encima de los animales de su lote. Morante recibió aplausos y silencio, en tanto José María Manzanares cortó una oreja y fue aplaudido en el de cierre de festejo, un colorado de 542, inválido, que a poco desgracia al buen torero alicantino, al voltearlo en la faena de muleta con una colada de época.
Castella ha estado entregado, quieto, sobando y aguantando hasta lo inverosímil, dejándose rozar los alamares y consintiendo al rajado quinto que quería irse del sometimiento del diestro, pero que éste con poderío, temple y mando logró meterlo en el canasto de su muleta. Una oreja en cada uno de sus enemigos, despachando al segundo de la tarde de un volapié superior, fueron el premio que le permitió salir por la puerta grande del coso del paseo de Zorrilla entre la ovación de los espectadores que aguardaban el paso del diestro francés.
Abrió plaza el sevillano Morante de la Puebla, triunfador reconocido de la pasada feria de Nuestra Señora de San Lorenzo pero que no ha tenido suerte con el lote. El primero «palmerillo«, de 528 Kg de romana, porque en una voltereta de impresión en el saludo capotero se resintió del golpetazo y quedó mermado para el resto de la lidia. Morante lo intentó por naturales pero el toro se le caía, así que aplicó una faena de poca emoción y transmisión ante la poca fuerza del ejemplar, con el que acabó de pinchazo sin soltar y una entera. En el cuarto, segundo de su lote, intentó saludar con su estilo característico, pero el toro sin fuerza ni raza, hizo entrar al espectador en el aburrimiento más que en la emoción. Voluntad y ganas echó el de la Puebla y lo despachó con una estocada entera que entró como en un tocinillo de cielo. Precisó de tres golpes de verduguillo antes de enviar al desolladero al ejemplar de nombre «mundano» en el tiro de arrastre.
José María Manzanares, de negro y azabache en memoria luctuosa por su padre fallecido, acarició con la franela al «panderito«, corrido en tercer lugar, violento, bronco y noble,al que pareó muy bien Rafael Rosa, quien saludó desmonterado al público desde el tercio, instrumentó y construyó su faena prácticamente por el pitón derecho al resultar imposible por el izquierdo cuando lo intentó y salir desairado. Con el pasodoble precioso sonando de «Suspiros de España«, interpretado por la estupenda banda de música que ameniza el espectáculo, siguió la faena con la mano derecha, ovacionada. Cuadra al toro, con paciencia, y lo cita a recibir, propinándole una estocada entera que envía al toro, tras tragarse la muerte junto a tablas, al desolladero. Los pañuelos salen a relucir y la oreja cae en el esportón del torero.
Con el que cerraba plaza, el colorado sexto, sin fuerza y prácticamente inválido pero que metió bien la cara en el capote, recibió José María Manzanares el susto de la tarde ante la colada traicionera del ejemplar cuando lo citaba por la derecha en el mismo centro del platillo. Tras el susto y el alboroto de cuadrillas, peonaje y espectadores, Manzanares se incorporó indemne y siguió toreando, con oficio, pero entre las palmas de tango del público por la falta de fuerza del toro. Una estocada efectiva entera acabó con la corrida en honor de San Pedro Regalado en la que ha habido estreno de empresa, casi lleno en la olla de los garbanzos como dicen los chuscos, una tarde soleada y luminosa, de calor más que primaveral y un torero francés, Sebastián Castella, serio, de pies quietos y honra torera que ha abierto merecidamente la puerta grande de la plaza.
Reportaje gráfico: JOSÉ SALVADOR
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