Y casi nada entre dos platos en la última corrida de las de a pie de la Feria de Nuestra Señora de San Lorenzo. Seis toros de las Ramblas, preciosos de hechuras, parejos, bien presentados, pero sosos, sin raza, y rajados tres de ellos, dos de los cuales le tocaron a J. Ignacio Uceda Leal que entró en el cartel en sustitución de Cayetano y que a la postre fue el torero que lo intentó con más interés, acción y entrega con dos faenas acabadas con sendas estocadas. La ejecutada al cuarto de la tarde marcando los tiempos, de antología, y la del segundo, buena, tras un pinchazo sin soltar, además de unos estupendos lances con el capote.
Morante de la Puebla, del que dicen que lleva las esencias de Paquiro en sus verónicas apenas se estiró en su lote. El primero porque se le rompió en un derrote uno de los pitones y la gente anduvo de chifla y silba sin apreciar demasiado el esfuerzo del torero que, la verdad sea dicha, ni estuvo ni se le esperó. Cortó una oreja pedida minoritariamente por el público y por uno de sus subalternos ostensiblemente con un pañuelo con el que se protegía de un corte recibido en la mano, pero que no dudó en airear junto al toro muerto antes de ser arrastrado. Tal vez la Presidencia quisiera reconocer la estocada fulminante que logró acabar con la vida de su ejemplar, de nombre «malospelos«. En el quinto, un espectador desde el tendido 8 se levantó para cantarle una copla flamenca en forma de tanguillo andaluz, pegadizo y locuaz, mientras toreaba y se hacía el silencio entre los espectadores. Cierto que en Andalucía eso es algo habitual, sobre todo en el Puerto, en Sevilla y en otras plazas del sur, pero aquí, por modernidad desacostumbrada más se quiere ver torear, templar y mandar al toro que andar escuchando y distrayendo a los espectadores con estas macanas que no encajan demasiado en nuestra forma de ver el toreo, aunque se desgrane un fandango. Mucho fandanguillo pero poca chicha en la faena de Morante de la Puebla.
Completó la terna Talavante que pechó con un lote sosote, pero noble. En la lidia de su primero se desmonteró Valentín Luján por dos pares de banderillas puestos con entrega y cuadrando en la cara, saliendo además con agilidad de la suerte. Talavante ni pudo ni quiso, ni le dejaron estar a gusto. Tanto «dificilito» como «osero» que cerró la corrida, no permitieron el lucimiento del torero. Además pinchó varias veces antes de atronar a sus ejemplares, por lo que se silenció su labor. Fue aplaudido tras el trasteo ante su primero y silenciada su labor, como digo, en el que cerraba plaza.
Resumiendo. La corrida de las Ramblas un dechado de presencia, presentación y hechuras, todos de pelo castaño, pero sin nada dentro. Pozos de agua no potable, sin poderse beber. Aburridos y malos como ellos solos, descastados y rajándose más de la cuenta. Y en consecuencia, aunque los toreros lo intentaron, poco pudieron hacer por entretener la tarde a quienes se dieron cita en los tendidos, cubriéndolos en casi tres cuartos de entrada.
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