No pudo ser y además fue imposible. El esperado mano a mano de Valladolid en la segunda de Feria entre los sevillanos Morante de la Puebla y Pablo Aguado se fue por el pozo airón sin pena ni gloria. Ni quites, ni réplicas en una anodina tarde en la que tan solo Pablo Aguado cortó una oreja al cuarto de la tarde, un «jandilla» con genio bautizado como «tramposo» y Morante recibió el rechazo del público manifestado en música de viento para el de la Puebla que pechó con un lote protestón, inválido, bajo de fuerza, flojo, descastado y manso.
Además el viento se conjuró esta tarde soleada y temperatura fresca para que el público pudiera ver ni pinceladas de su torería. La comparecencia del torero sevillano en Valladolid al que se quiere y respeta se fraguó entre la imposibilidad por poner negro sobre blanco en una faena donde además los aceros estuvieron sin filo.
Algo más apañado y mejor estuvo Aguado, el Pablo de Tarso, que atesora en su toreo un poderío y una entrega de muchos quilates para ir predicando por esas plazas de Dios. Lo mejor lo dio ante el cuarto de la tarde y la manifestación poderosa ante el sexto que brindó a su compañero Jiménez Fortes presente en el callejón. Un ejemplar muy brusco y con cierto peligro que le dio un susto cuando lanceaba con el capote por chicuelinas, arrollándolo y echándoselo a los lomos, menos mal que sin consecuencias para el diestro. Luego en la faena superó las dificultades y brusquedades del de Domingo Hernández, sobre todo con unos cambio de mano de auténtica belleza y antología. Pero con los aceros se atragantó el joven diestro sevillano, pinchando reiteradamente y recibiendo un aviso de la Presidencia en este caso regentada por Manuel Cabello.
El mano a mano en el toreo siempre lo entendimos como un escaparate de emulación, sacrificio, disputa, competencia y litigio entre dos toreros. Pero en Valladolid, hoy el mano a mano ha sido decepcionante, aburrido, tanto que su convocatoria ni ha sido capaz de llenar el aforo del tendido, quedándose un cuarto de plaza por completar. Y qué difícil es llenar ciento sesenta líneas de texto, contando la crónica, cuando para ella no ha habido ni chicha ni limoná.
Otra vez será.
VALLADOLID. Segunda de feria. Tarde soleada y ventosa. Tres cuartos escasos de entrada. Al final del paseíllo, se interpretó el himno nacional.
Dos toros de Juan Pedro Domecq, flojo sin fuerza el primero y encastado el segundo. Dos de «Jandilla», uno flojo y descastado y otro con genio. Y dos de Domingo Hernández, el primero manso con genio y brusco peligroso el segundo.
Morante de la Puebla, silencio, pitos y pitos.
Pablo Aguado, ovación con saludos desde el tercio; una oreja tras aviso , y aplausos tras aviso.
Se desmonteró Iván García tras dos pares de banderillas asomándose al balcón.
Fotos: José FERMÍN Rodríguez



EN LAGUNA, MERECIDA PUERTA GRANDE DE DIEGO GARCÍA
Y mientras esto sucedía en Valladolid capital, a escasos diez kilómetros de distancia en Laguna de Duero, el novillero Diego García hacía vibrar al público con su toreo templado y de mando ante un novillo de José Luis Iniesta al que cortó las dos orejas, abriendo la puerta grande de la plaza como atestigua la fotografía de Blas García. Si es que en esto del toro, donde menos se piensa, salta la liebre.
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