Ya están aquí los toros de Pamplona por San Fermín. La llamada feria del toro que aglutina la convocatoria taurina internacional más importante e interminable que existe en la actualidad extiende su pañuelico rojo anudando gargantas del mocerío de ayer y de hoy en una amalgama de colores singular, única, masiva a la que convoca la ciudad navarra y la Casa de la Misericordia.
El encierro de los toros cuando los rayos del sol empiezan a calentar la mañana, las probadillas de vacas saltarinas y velocidad, el reposo del almuerzo y la corrida de por la tarde llama la atención en todos los sentidos a una población ávida por unirse al tótem, al mito, al animal más singular de la naturaleza, el toro bravo. Aquí, como en tantos sitios de España, el juego eterno del hombre con el toro, esquivar las duras astas en una carrera frenética o burlarle con una pañosa, se hace realidad durante siete días que componen el calendario festivo.
Año tras año el grito de ¡Viva San Fermín! resuena entre las venerables piedras misteriosas y significativas de Pamplona y el nervio intranquilo, emocional y profundo sale en ese bufido espontáneo que echa con fuerza el aire de los pulmones: ¡Ssshhhh!, ¡ que vienen, que vienen!, cuando el cohete anuncia la salida del tropel de toros que han descansado y casi pueden ser tocados por el público en los corrales del gas.
El homenaje a los diestros embutidos en sus trajes de luces cada tarde para lidiar los toros no puede tener mejor reflejo que el blanco y rojo de Pamplona. Blanco de belleza, de grandiosidad, de triunfo y rojo de sangre, de dolor, de afrenta, de dureza, de vida y de muerte. Son las dos caras de una moneda vital de cada persona. De su existencia, de ser y de no ser. Ellos serán protagonistas en el coso pamplonica de un hecho tan extraño y divergente que a muchos les sorprende y desconcierta cuando menos el bullicio de la alegría desbordada, sin freno de los tendidos solaneros con la responsabilidad y silencio del graderío de sombra, ante la faena del torero.
Todos los toreros que han tenido la fortuna de intervenir en ese coso, en estos días de Julio, emocionales e históricos en la vida de Pamplona, sienten seguramente al llegar el día la llamada de la memoria, del recuerdo por aquel Rubicón extraordinario que atravesaron, superando miedos, angustias y sobreponiéndose con gallardía y fe vestidos de luces ante tal y tanta bullanguera parroquia.
Pamplona, emocional y bella Iruña, convertida en Reino por Íñigo Arista, juega al toro como desde antiguo se hizo hasta el pobre de mí. Por eso ahora ya está a punto y todas las miradas se vuelven a ese lugar más español que ninguno.
Fotos: Diario de Navarra y Pío Guerendian
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